Buscamos tener un hijo por 12 años. Desde el año uno. Lo raro es que yo en el fondo no quería. Me refiero a un deseo personal. Era algo para nosotros, un deseo compartido. En el fondo con cada mala noticia yo sentía un alivio inmenso. Después de todo, ella era la que lo sufría en su cuerpo. Incluso cuando fuimos por el tratamiento experimental en Japón, cuando tuve miedo por primera vez, ella lo soportó estoicamente. Solo lágrimas de dolor, solo cuando la tortura sobrepasaba lo humano ella lloraría.
Lo vivimos juntos, cada intento, cada fracaso, cada ruina. El ciclo demoledor, la furia encapsulada. La culpa. La duda de nuestros cuerpos defectuosos. Mientras veíamos noticia de la jovencita embarazada en el viaje de fin de curso del colegio. Nuestra empleada doméstica pariendo cada 11 meses. Todo lo soportamos juntos. Nuestras amigas de abortaban sus bebés sanos, concebidos, completos, latentes. Desperdiciaban sus óvulos, sus fetos. Nosotros lo soportabamos juntos.
Entonces esa noticia. El sitio web croata. La búsqueda de testimonios reales. El tema vigente durante meses. El encuentro con alguien que había hecho el tratamiento y de pronto, el clavo que selló nuestro ataud compartido: el llanto de un bebé, ese gemido humano que rasga en lo animal, mamífero en proceso de postcreación, ese sonido ultramarino, algo que todos hemos tenido y nunca podremos recordar. El bebé, la prueba que necesitabamos para saber que nuevo proceso tortuoso experimentar.
Viajamos. Pero yo tuve que faltar la cita inicial. La más importante. La más importante de mi vida. Todo por un maldito paciente al borde de la muerte. Pudo haberse muerto sin afectar mi vida, pero lo ayudé a sobrevivir para arruinar la mía.
Al volver al hotel, las maletas empacadas y el nos vamos de vuelta. Su explicación fue lógica y sencilla. Un charlatán new age buscando sacarnos trescientos mil libras al total por un proceso entre lo chamánico y lo ficticio. Demasiado bueno para ser verdad. En un día estabamos de vuelta en nuestras vidas rutinarias. La primera noche estuve a punto de pasarlo por alto pero de pronto la revelación. Mi esposa levitaba. Un centímetro entre su pie y el piso. Había empezado a tomar una homona que había contrabandeado de Croacia en su bolso de mano. Nadie duda que algo sea peligroso si nunca lo ha vista. Su administración es intravenosa. Sus efectos colaterales aleatorios y desconocidos.
Esta hormona pertenece a un tipo de reptil llamado Varano, un primo lejano del dragón de Komodo. Su mercado negro ha llevado al borde de la extinción a la especie, así que cada vez es más peligoso y más costoso. Por trescientos mil libras mi esposa obtuve un gramo de esta hormona animal.
Los primeros días, los silenciosos, fueron de esperar alguna señal. Debíamos esperar 4 días de ovulación para intentarlo. Fue cuando vi con horror que la vagina de mi esposa se había transformado en un conducto escamoso y movedizo, una especie de hocico animal lechoso y verrugoso. Su aspecto era tenebroso y ella lo sabía. Desde el comienzo sintió que algo cambiaba su ADN, la hormona era una droga transmutante. Era el momento que su sistema reproductor se convertía en un anfibio que debía embarazarla. Penetrar un ser viviente que crece en el útero de mi esposa para darle mi forma y quitarle lo animal.
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