–¡Agáchate carajo! –le
gritaba su papá mientras alzaba la correa con el brazo derecho– ¡Quédate quieta
muchacha de mierda! –continuaba gritando, al mismo tiempo que la golpeaba–. Ya
eres bruta y si dejas de ir a trabajar donde la señora Gladys, te quedarás
estúpida y chira para toda la vida.
–¿Así como tú? –contestó
Carmen con una voz leve.
Sabía que había tocado la
llaga que más le dolía a su padre.
–¡Maldita hija de…! –las
manos de su progenitor apretaban su fino cuello como si fuese una esponja. Lo
único que quería en ese momento era ir hasta el cementerio, pararse frente a la
tumba de su madre y decirle: gracias mamá por nunca enseñarme a ser una
empleada.
(conoce más de nuestro autor Samir Issa en www.escritosdesamir.blogspot.com )
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