lunes, 19 de abril de 2021

Situaciones incómodas con desconocidos vol. 1, por @ed_m_undo

Por alguna razón obvié nuestra llegada a la mansión, a pesar de que a la distancia le eché un par de vistazos desde la ventana del carro y pensé que tenía dos fachadas.
La casa le hacía honor a sus halagos. Al llegar ahí tenías la sensación de estar en otra tierra. Estar en Marte.
Monumental.
Dantesca.
De proporciones bíblicas. 
Una catedral. Era un edificio de tamaño excepcional, era como si todas sus medidas estuviesen diseñadas no para hacer grande la casa, sino para hacerte sentir insignificante.
Minúsculo.
Vacío.
Dadas las circunstancias de mi presencia y los motivos que me llevaron no solo a incorporar la comitiva en pleno viaje a la mansión, sino a conducir y negociar con un policía la llegada a nuestro destino tres horas más tarde de la hora de la invitación.
La esquela que nos invitaba a un paraje remoto era blanca y de terciopelo, un terciopelo hecho papel escrito con tinta plateada. Ya no se dedica tanto tiempo para hacer a mano una monotipia con el único fin de informarnos de la reunión que planeaba realizar en 3 domingos en su casa del lago. A pesar de referirse a un lago, en el sector no había mayores accidentes geográficos que permitiesen un cuerpo de agua de ese tamaño. La piscina de la casa era el más grande depósito de agua de la región. Su paisaje era árido pero en las horas mágicas mostraba estar poblado de árboles altos y negros, que siempre me sorprendió como podían esconderse al sol para volver a ocultarse en la noche.
Nuestro anfitrión, Patricio, nos esperaba en el garage. Un séquito de empleados que guardaban similitud entre ellos, debían ser familiares, lo escoltaba con el mismo interés y ansiedad. Luego de los saludos, introducciones, abrazos, besos, piropos, monikers, susurros y sonrisas, me encontré con una fila de personas parecidas. Sentí caminar como una hormiga la rama de un árbol genealógico. Sin pensarlo, extendí mi mano para saludar a la primera persona que esperaba a espaldas de mi amigo.
Un suave apretón selló nuestra presentación con una señora mayor, más de cincuenta, con el pelo todo blanco antes de tiempo. Su quijada se enterró en su cuello y una hilera infinita de pequeñas arrugas desquebrajó su piel. Su mejor vista surgió. Se notaba un vestigio de coqueteo de una mujer que nadie ha tocado en décadas. Me presenté, sonrió al escuchar mi nombre completo. Estaba sin control, creando situaciones incómodas con desconocidos que nunca volvería a ver. Unos sagitarios, unos cancer, otros acuario. A pesar de tener

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