lunes, 7 de septiembre de 2009

Nada es perfecto - Sergio González

El primer cuento de Sergio González

Una vez que terminó de aparecer la luna, la noche se sintió completa. Luego de la celebración posterior a su recital, se marchó con su acordeón por una de esas importantes calles transitadas del hábito citadino de Buenos aires. Con una oración en la oscuridad pidió intervención divina por el cuidado de su instrumento.

Prostíbulos y carretas de choripanes eran la única luz del paradero que usualmente estaba ocupado por largas filas que esperaban el 21 y el 28, y que crecían abultadamente, a veces por horas. Pero como este día era de esos donde todo está bien, cuando llegó al paradero, el 21 parecía estar esperándolo para arrancar.

No importaba ya el peligro que podrían correr su instrumento. Nada podía estar mejor. El viento caliente era bendito en estos días de invierno y entraba por la ventana como refrescante agua saliendo de un balde. Al estacionarse el bus a una de las paradas del camino, una chica que todo el tiempo estuvo dos puestos delante del suyo se levantó y un impacto inesperado lo atrapó: Tenía un acordeón.

Las miradas primero a los acordeones que cada uno llevaba colgado en sus brazos, y luego a sus cuerpos, ojos y labios tuvieron una mística especial. Ella, ya de pie, se acercó directamente y le habló.

- Hola vienes tocando?
Si, por acá cerca, tú?
- También.
Donde?
- En restaurantes, o bares, no es la gran cosa pero nada es perfecto, ahí está el gusto. Me tengo que ir ya arranca de nuevo el bus. Que tengas mucha suerte.
Tú también.

Sus miradas los unieron desde la vereda de la calle hasta el asiento del bus mientras éste se marchaba. Nunca la volvió a ver.

Fin