jueves, 26 de enero de 2012

La Invocación por JORUYI por Jorge Caicedo

(fragmento)

Aquí estoy, funde que funde que fundirás, funde que funde que fundirás, funde que funde que fundirás !! la muletilla sonaba a mas allá, a vudú, a marimba, a coro de negros, sonaba….a diablo!! El malo, el coludo, el patica!! Aquí.

Que quieres? Para que me llamas,pero ve!! ajajaj, no sé por qué ese símbolo raro dibujado en el suelo con tu sangre, me bastaba con una vela y seis palmadas, seguidas de seis silbidos, claro está, repetirlo seis veces, pero….aj aj aj aj aj aj aj que es esto? Una calavera para invocarme, aj aj aj aj, me he acordado de cuando le estuve jodiendo la vida a Anancio, mira, para que te calmes, te lo voy a contar, porque has quedado como estatua, quizá no estabas muy seguro de llamarme, relájate muchacho, tienes algo de licor? Ando con ganas de mojar la garganta.

(Jorge Caicedo es poeta y estudiante de leyes)

Silencios gritando por Victoria Silent

No hay nada más doloroso que callar mientras se quiere gritar. Y es que me encontraba tras las rejas de un campo de concentración. Era un invierno frío, prisionera en una celda gris y dolorosa. El guardia venía cada veinticinco minutos….. veinticinco minutos de tortura y otros veinticinco minutos de sufrimiento por su llegada. No había espacio para gritar, no se podía hacerlo. No podía moverme, no podía hablar con ningún otro ser humano. La libertad había sido condenada y yo presa, inmovilizada, queriendo gritar de mis entrañas el dolor y la miseria que llevaba adentro. Pero tendría que contenerme, pues si lo liberaba, el castigo era aún más doloroso.

Así que aprendí a gritar hacia adentro. Sí, ha digerir el dolor de las espinas atravesando mi garganta. Los metí poco a poco hasta llegar al corazón, dónde todos conocen, está nuestra caja negra, que algún día alguien descubriría. Si tenemos suerte.

Pasaron muchas horas, días, años esperando. Agonizaba y suplicaba porque algún día uno de aquellos guardias que se había enamorado de mí, por fin me liberara. Nunca llegó, y poco a poco me convertí en especialista del engaño, y ya nadie notaba mi tristeza simulada con un rostro parco, sin movimiento. Los guardias me habían declarado mentalmente divergente, pero no les quedaba más que aceptarme pues aún no había llegado mi hora. ¿Qué mundo en el que estamos? Cuerdos quienes controlan, locos quienes aman.

La noche es infinita. Miro abrazada de mis columnas con orgullo. No hay luna, una gran capa negra que me recuerda lo solos que vinimos. Estoy en rebeldía, y pienso memorizarme su rostro. Y sí, es que yo también me enamoré de aquel guardia que me juró amor eterno. El amor de un imposible mantiene mis latidos, pero larga es la espera e incierta la esperanza. Sucia y manchada, infeliz y fenecida… invisible. Hay tanta vida allá afuera que dudo estar en su mente. La psicosis ha absorbido mi cordura y he perdido mis zapatos al lanzárselos la última vez que vino a buscarme. Es el amor entre un guardia y una prisionera, dos sedientos a la espera. Ya pasaron los veinticinco minutos y otra vez tendré que callar.

miércoles, 11 de enero de 2012

IAN TATE POLANSKI, episodio 2 por Ed Undo




Cincinnati me llaman algunos, para otros soy Milles! tarareó Charles Manson a la joven hippie con quien acababa de consumir LSD. Su visión del mundo encantaba a mentes ávidas de experiencias distópicas, tumultosas. Su apellido siempre lo había hecho pensar que llegaría a ser una gran estrella y lo estaba logrando, tenía un séquito de fervorosos seguidores a quienes su evangelio había terminado de absorber todo vestigio de raciocinio. Por fin Charles lograba que su cerebro se manifestara a través de otras cabezas.

Se volteó y la imagen que vio fue tan impactante que sólo atinó a vomitar (un hábito muy gringo siempre he pensado). Su viaje se precipitó a un témpano de realidad: recordaba haber estado terriblemente drogado hablando con lo que deberían sufrir las estrellas de cine cuando uno de sus seguidores le dijo que era el jardinero de la mansión de Roman Polansky, director de Hollywood, joven, talentoso, despiadado. En su sermón explicó como debían ingresar y traerle ese hijo que su esposa esperaba en sacrificio. Al ver a 2 hippis bañados en sangre con un feto muerto envuelto en su propio cordón umbilical pudo darse cuenta el peso de sus palabras: habían sido cumplidas al pie de la letra y no había marcha atrás. Por él habían matado.

Había que deshacerse de la evidencia. Pronto! exclamó- hay que enterrar ese feto, es lo más desagradable que he visto en mi vida- Se los arrebató de las manos.

Pero Charles - susuró el hippie que había traído el cuerpecito. El niño está vivo.

Señal de mierda por Samir Issa

Janet caminaba hacia su casa a toda prisa. El cielo estaba oscureciendo y temía que le robaran. Le faltaban sólo dos cuadras para llegar. Cuando se detuvo en una esquina a esperar la luz roja del semáforo para cruzar, un ladrón se le acercó.

La amenazó con un cuchillo en el estómago. Ella le entregó su BlackBerry y la cartera. Sintiéndose sola y asustada, observaba con lágrimas cómo huía el delincuente hijueputa. De repente, el ladrón se estrelló contra la pared gris de un terreno vacío. Fue como si una fuerza extraña lo empujara.

Janet se quedó sin aliento cuando vio al ladrón pegado en la pared, a un metro del suelo, gritando y sin poder moverse. Las personas que se encontraban en sus autos fueron lanzadas por las ventanas de las puertas y, también, terminaron pegadas en la pared.

Esta fuerza extraña puso, en pocos segundos, a 30 personas de espalda, de frente y hasta de cabeza contra la pared.

Janet corrió hacia la enorme y extensa masa de concreto para ayudar a estas personas; se acercó a una niña que tenía la cara cubierta con sangre, pero le fue imposible despegarla de la pared.

Mientras escuchaba a la gente gritar: ¡Ayúdenme, por favor!
Janet se sentía desorbitada, como si estuviese a punto de desmayarse. Se dejó caer. Sus rodillas tocaron el suelo, y antes que su cabeza hiciera lo mismo, sonó su celular en el bolsillo del ladrón.

Hizo un esfuerzo para no desplomarse, se impulsó con sus manos y se puso de pie. Dio siete pasos tambaleándose hasta llegar al delincuente. Le sacó su celular del bolsillo y, al momento de contestar, todas las personas cayeron de la pared. Se despegaron.

Janet, un poco aturdida todavía, vio cómo la gente se iba parando poco a poco. Había algunos heridos. Ella se acercó de nuevo a la niña que tenía el rostro ensangrentado para ayudarla, pero ésta la empujó, tomó su BlackBerry y lo tiró a la calle.
—¡Claro, tú sí te salvas! Bota esa huevada de celular antes que regrese la señal —le dijo la pequeña niña.



más acerca del autor en su blog http://escritosdesamir.blogspot.com/