sábado, 11 de junio de 2016

Paciente # 1984, drama noir por Ed M. Undo y Victoria Silent

María tenía su número colgando en su mano, en una tira plástica irrompible. Su número era 1984.

María fue ingresada a las 600 horas. Sus contracciones empezaron mientras dormía. Llegó en un taxi Lada con motor a gas y el conductor solo le ayudó a abrir la puerta cuyo sistema de apertura funcionaba con un alambre.

Luego de una somnolienta espera agraviada por el sopor de la mañana y el sonido del óxido de los ventiladores grises de tanta suciedad, María fue conducida a una nueva sala de espera donde habían 4 enfermeras con guantes negros de fregadero. Cada una de ellas se refería a María como mi amor, mi princesa, mi reina, mi barrigona y mi lucero. En la misma sala habían 5 embarazadas esperando dar a luz en este hospital sacado del peor sueño revolucionario de la Unión Soviética. Pero estamos en el año 2016 y en Ecuador. La espera venció su lucidez y cayó dormida entre contracciones que le refrescaban el cuerpo. Cuando María despertó encontró en su abultada barriga un catéter grueso clavado encima de su ombligo. Parecía que le hubieran hecho un piercing en la barriga. Su catéter estaba vacío, pero el de su compañera de espera tenía un líquido que muy lentamente ingresaba a su barriga y por consiguiente a su útero. Contemplándolo escuchó el leve tamborileo de las gotas de lluvia impactando techos de zinc. El sonido de la lluvia a la distancia le brindó calma. También escuchó una conversación entre murmullos de enfermeras donde mi lucero le decía a mi princesa "le puse oxitocina para adelantarla, tengo que llegar a la casa más temprano". Inmediatamente la muchacha de a lado empezó a gemir fuerte y a sentir una contracción tras otra, estaba en labor de parto. Las enfermeras se llevaron a todas las embarazadas a otra ala del hospital.

El hospital era un monumento a la Guerra Fría. Sus corredores sucios de tantas manos que habían sobado sus paredes no evitaban recordar que eso color café verdoso pegado sobre la pintura que se descascaraba era grasa humana. La grasa humana estaba pegada a distintos niveles, por personas que tocaron la pared mientras caminaban, otras a la altura de manos que se extendieron a nivel de su camilla o silla de rueda. Ciertas luces fluorescentes titileaban, incrementando el parecido a un pasillo de ejecución hacia una silla eléctrica.

María se sentía adormitada, la silla de rueda en la que la dirigieron al consultorio del doctor Mena era empujada con fuerza, era como si no quisiera rodar. María inclinó su cabeza hacia un lado y vio que la rueda izquierda no giraba por la cantidad de pelos que tenía enrollada. Se detuvo en una larga fila afuera del consultorio. Las mujeres de distintas complexiones y bajos estratos sociales entraban con sus grandes panzas, algunas en camilla otras a pie. El rigor del dolor estaba presente en sus caras. Entraban por una puerta y en menos de 5 minutos por la siguiente puerta volvía a salir la madre en una camilla, inconsciente y sin barriga. Al niño no se lo veía salir por ningún lado. Ingresaba la siguiente al consultorio.

Horrorizada María decidió escapar. Se levantó con mucho dolor de su camilla mientras la enfermera se retiró a traer más pacientes al consultorio. María salió sin mirar atrás, nadie la detuvo, nadie la miró. Recordó que ni siquiera alguien la admitió al hospital. María salió a la calle para encontrar el mismo taxi Lada, se subió, sabía como funcionaba el sistema que cerraba la puerta.

María huyó del hospital para darle a su hijo un parto natural, doloroso y paciente. Nunca más volvió a ver a ninguna de las embarazadas con las que compartió esas horas. María no dio a luz ese día, ni el siguiente, aún no era su fecha. Su niño nació sano, su recuperación fue inmediata.