domingo, 2 de octubre de 2016

Flor de muertos, antología de Virginia Silent por @Ed_M_Undo

imagen de rosto de mujer formado por flores junto al título del cuento Flor de muertos, por Ed M Undo del blog de literatura independiente ecuatoriana Ficcion Dislexica


Y mientras contemplaba la lluvia desde el balcón blanco de la habitación del motel en el que me había hospedado, me daba cuanta que los últimos meses había sido como vivir en un sarcasmo, era la afirmación de lo que podría ser verdad. Y no lo era. Caminaba instintivamente pensando, escurriendo mis pulmones en eternas oleadas de humo de cigarrillo, dándole el aspecto de película extranjera a la habitación en la que me hallaba. Mi celular, mi laptop, mi GPS contrastaban con la rudimentaria televisión que imploraba por no ser prendida y así no aguantar el zumbido de su rigor mortis en celo, la mesita liliputiense, café, gastada y cansada de ver siempre a la misma pared desde que los recuerdos tienen memoria. Me hallaba cabizbajo, sentado en el centro de la cama del colchón de piel de nube, envuelto en una sabana amarillenta a punto de desintegrarse y dar paso al áspero colchón de algún textil extinto y errático de los Himalayas. Me contemplaba a mi mismo desde la desproporcionada silla que custodiaba la esquina menos iluminada del cuarto. ¿Quién era yo y por que me hacía esta pregunta? No lo sé. ¿Qué hacía en ese lugar y por qué había pasado las últimas horas en la espera más impasible de mi vida? No me pregunten, ni el ni yo lo sabemos, simplemente mantenía mi vida en constante tensión, no sé si por la misma razón por la cual había dejado cargada el arma que me entregó Virginia al llegar al extraño lugar donde me había guiado, y más aún con sus últimas palabras antes de desaparecer tras la puerta del derruido cuarto. “No dudes en dispararle a nadie que se te acerque… y si notas algo extraño en mi, no dudes en dispararme”.

Las sombras habían perdidos sus formas y la tarde se fundía en una sofocante noche, que entró con bombos y platillos al candor de las comparsas de grillos sordos, que acribillaban el ambiente haciendo mas difícil respirar la asfixiante calma del lugar. Un ridículo insecto café atravesó sin miedo el maderado piso corroído por las pisadas de antaño. Se movía con elegancia, pero igual lo iba a aplastar “No vaya a querer transplantar sus huevos en mi espalda, no haría una buena madre nodriza…. El bicho zigzagueaba  en la madera asimilando un estado etílico. Me levanté de la cama que soltó un quejido y un bostezo moroncial que hizo erizar la piel de mi nuca. La herida de la pierna había dejado de doler, eso era bueno porque el brujo había dicho que sería un suicidio intentar otro viaje en ese estado. Aparecí erguido y con otro aspecto frente al espejo que dibujaba a quien debería ser yo, pero aún sentía que no lo era. Mi cabello estaba desarreglado, pero eso era normal, bueno, hacía mucho tiempo que lo había sido. A lo que aún tenía recelo mirar era mi brazo derecho, las vendas ensopadas en sudor y sangre dejaban ver parte de la marca negra que había dejado el viaje. Si tan solo pudiera recordar como me la hice. El shamán juro que era la primera vez que había visto algo así, que nunca nadie aparece estigmatizado….o por lo menos esperaba que fuera cierto.

Regrese a rastrear al insecto que intentaba de cruzar todo el piso del cuarto con la parcemonia del que no quiere llegar a su destino final. Di varios pasos tambaleándome y por alguna extraña razón regresé a ver donde estaba la pistola, o por lo menos la almohada. El bicho se metió detrás de la silla que parecía no pertenecer a ningún tiempo, así que decidí moverla para poder pisarlo. Su peso era descomunal y hasta la sentí demasiado fría para el calor que estaba haciendo. Moví la pesada silla con solo mi mano izquierda. Un insípido frío gris comenzó a subir por todo mi cuerpo, arrancando de mis venas la sangre y reemplazándola por desesperación. No sé si dejó de transcurrir el tiempo o simplemente viví el segundo más largo de mi vida, en el que toda tu vida pasa ante tus ojos, pero yo solo recordaba al bicho café volteado sobre su espalda, dando los últimos pasos de su estéril vida, pero cuando mis ojos regresaron a releer aquel mensaje mal escrito tallado en la pared mohosa que ocultaba la silla, no tuve tiempo para volver a sentir miedo, por instinto o por inercia, mi mano seguida de mi cuerpo se abalanzaron hacia la cama en busca del arma. Pero era demasiado tarde, mientras intentaba sacar de mis pulmones todo el aire contenido, mientras intentaba no perder el equilibrio por  apoyar las pocas fuerzas que me quedaban para seguir luchando, ya no por la vida de toda la humanidad, sino por lo mas básico, la mía, mientras  seguía recordando los últimos movimientos del afortunado (por ya no tener que seguir viviendo) insecto, mientras veía la puerta que había trabado, abierta, mientras recordaba su sonrisa empañada de la muerte ingrata que me la había arrebatado y había llegado hasta este pequeño e inmundo pueblo de Ecuador olvidado por la humanidad y los colonizadores blancos, mientras veía a Virginia Silent parada al lado de la cama apuntándome con un arma, mientras observaba la almohada que la ocultaba en el piso, mientras que me enfurecía conmigo mismo por querer reírme de toda esta situación, mientras me preocupaba por haberlo olvidado, no dejaba de repetirse el eco de mi conciencia en mi cerebro, la frase más corta y significativa de lo que intuía quedaba de mi vida “Mira detrás de ti Molina, ya estás muerto”. Su cara se volvió a ver angelical antes de desaparecer en la densa niebla que había invadido el cuarto….era humo y debía de haber salido del arma,  Ya era demasiado tarde, la frase había dicho la verdad…ya estaba muerto.

(Escrita por el lunes 27 de Enero del 2003)