viernes, 29 de diciembre de 2017

Síndrome de muerte súbita, historia de @ed_M_Undo

El taxi Lada se detuvo al pie del edificio viejo con el letrero luminoso que dice anfiteatro. El taxista cuenta los billetes para darle el vuelto a un joven médico. Debe ser médico por su bata, sus ojeras, su ausencia del momento. La estela de humo y el olor a aceite quemado le dan la bienvenida a Aurelio Tobár en su primer día de prácticas forenses en la morgue.

Está ahí porque ningun hospital o clínica, urbanos o rurales lo quisieron recibir. Esta es su última opción. El edificio pertenece al pasado. Capa tras capa de pintura durante 30 años le han dado un aspecto de ser de mentira, de ser de cartón, de ser falso.

En la recepción no hay nadie, ninguna puerta con llave. Aurelio nota que es el primer edificio que ve en Guayaquil que no tiene ninguna reja, este es el único lugar al que ni los ladrones quieren venir. Cuando los ladrones vienen a la morgue lo hacen para quedarse. Vienen chuzeados, disparados, matados, atropellados. Ladrón no muere de forma natural. Aurelio busca en el corredor la prueba de que este no es un lugar abandonado. Que no es el limbo.

Al final del pasillo, donde titila una fluorescente que no tiene cubierta, al empujar la puerta ve la espalda de un doctor gordo y corpulento. Este parece que concentradamente habla en voz baja para si mismo. Aurelio lo contempla, quiere irse, salir corriendo, pero está congelado.

“Pásame la sierra hijo” dice el doctor un poco más alto del zumbido de su trance. “A mi me dice Culebra”. Aurelio entrega el instrumento y se presenta. Le cuenta que nunca ha tenido apodo, que su padrastro lo adoptó y lleva su apellido. Que nunca conoció a su padre.

Este no es el lugar para conversar de la vida hijo, aquí si se conversa es de la muerte. Ahora pásame esa fundita y deposítala en esa camilla. Aurelio carga una funda de comisariato un poco pesada, fría. Vas a inaugurarte hoy con un caso complejo: un niño recién nacido.

El cuidado de Culebra para acomodar el cuerpecito morado del bebé es sobrecogedor, se toma una fracción de siglo ponerlo bocarriba del mesón metálico. Con un escalpelo semioxidado rebana el pecho de la criatura que parece suspirar. ¿Qué ves hijo? Le dice a Aurelio.

Por las señales de contractura pulmonar y la desviación del esternón este niño...murió de asfixia, pero... Aurelio hace una pausa y toma el cuerpito con sus 2 manos. Este niño fue triturado. Culebra lo mira y le dice que tiene 8 días de nacido. Que sus padres tienen 4 niños más.

Que son buenas personas. Que la madre vino devastada. Ellos mismos lo encontraron en la cuna muerto. Que el diagnóstico es Síndrome de Muerte Prematura. Que suele pasar en recién nacidos, que aún se estudian las causas. Aurelio lo mira estupefacto.

No me mires así hijo, dice Culebra. Que no le pueden hacer eso a los padres, que ella no tuvo la culpa, quizás se quedó dormida mientras lactaba, quizás lo puso en la cama y dió media vuelta. Puede pasar. Más a menudo de lo que imagina. Esto no está bien dice Aurelio.

¿Alguna vez has dormido con un niño en una cama de una plaza hijo? Aurelio da media vuelta. Dice que sí, pero que nunca lo mataría. ¿Y por qué has hecho eso si no tienes hermanos menores hijo? Aurelio hace silencio. Te voy a explicar como funciona esto hijo.

Ya cuando pases tantos años como yo en la morgue, empiezas a reconocer las víctimas. Empiezas a diferenciar asesinatos, de accidentes, de homicidio. Los suicidios son los más fáciles de reconocer. Es que uno cuida de uno mismo hasta para matarse.

Yo puedo ver en la paz del niño que era amado hasta cuando su madre lo mataba dormida, que ambos dormían juntos, solo que él para siempre, solo que ella sobre él. Así que apunta la causa de la muerte: Síndrome de muerte súbita. Aurelio le hace caso. Culebra le agradece.

Lo manda a que descanse, que han pasado 4 horas en el caso y que prefiere que esté lúcido por que tienen 2 cuerpos que despachar en la mañana. Aurelio se acomoda en un catre en el cuarto de atrás. Culebra guarda el cuerpecito en una cajita, lo mete en un congelador.

Culebra entra despacio al cuarto donde duerme Aurelio, lo mira con ternura. Le dice que él y su madre se conocieron en la facultad de medicina de la Universidad Estatal hace 25 años. Que con el embarazo ella abandonó la carrera y a él. Que está orgulloso de que sea médico.

De lo que no está orgulloso es de lo que hacía en la escuela en la que trabajaba para pagar su carrera. Esos niños inocentes no merecían eso. Qué sabe que faltó como padre, que pudo haber abandonado la carrera, que no hizo bien en su vida la ausencia de un padre.

Que va a compensar la falta que hizo, que nunca más volverá a abusar de niños, que sabe como los padres pueden matar a sus hijos con amor. Y Culebra con sus 350 libras se sienta encima de Aurelio. No logra más que mover un poco sus brazos antes de morir.

Culebra agarra a su hijo, lo carga hacia su mesón de metal y lo desnuda. Le hace la autopsia y luego crema el cuerpo. Sabe que podrá morir tranquilo ahora que la causa de su muerte ha sido súbita. 

FIN.