domingo, 6 de mayo de 2018

Vuelvo a ser fantasma, cuento de @Ed_M_Undo

Deja vú.

Acabo de pasar entre vagones y de nuevo se siente como si lo hubiese hecho dos veces seguidas. Justo al momento de entrar a un tunel. Oscuridad temporal. Conato de ceguera. Turquesa, verde y amarillo. Una aproximación a la claridad. Colores fríos que al mismo tiempo son cálidos. El sonido ensordecedor de las vías. El peso del paso de la locomotora que se come kilómetro a kilómetro la geografía para vomitarla al volver al lugar de partida.

Al abordar el nuevo vagón y cerrar la compuerta la misma sensación de vacio. La sensación de una premonición equivocada. Pero el día es soleado a pesar del frío del clima. Nos dirigimos de Parma a la Spezia. Vamos a pernoctar en Cinque Terre. Quizás no es mi plan predilecto pero Moma ha estado incómoda por mis perdidas. Prefiero darle el gusto. Decirle sí a todo lo que diga. Esconderme detrás de mi sonrisa.

Camino por el vagón. Veo al tipo que duerme con su abrigo esquimal. La chica que sigue en la misma foto de instagram de cuando pasé antes de mi paseo por el tren. Oscuridad efímera de un nuevo tunel. Otro temblor que se desvanece al nacer.

Llego a mi puesto y encuentro a una señora maciza junto a sus dos maletas viejas. Es raro que Moma se mueva cuando yo me vaya, sobretodo por su fijación con el orden y los puestos del tren predestinados. Me paro al final del vagón junto a la puerta a esperarla. Escucho la conversación de unos españoles acerca de la diseñadora famosa que depila a su hija de dos años. La mujer le pregunta a su pareja si eso es legal.

Un empujón me saca del trance. El oficial del tren me pide mi boleto, le digo que lo tiene mi novia, que debe estar en el baño. No se la cree. Balbucea en italiano que volvera. Io ritorno. Miro encima de nuestros asientos y no están nuestras maletas. Eso es más raro aún. Moma tiene la habilidad de planear todo el viaje en su cabeza pero incapaz de hacer una maleta. Yo empaco lo que ella necesitará en una pasarela imaginaria.

Me acerco a la señora y le digo que ahí estaba una chica sentada. No habla ni pizca de inglés ni ápice de castellano. Su italiano debe ser muy de provincia por que no entiendo ni una palabra. Pregunto al tipo que iba a mi lado por Moma y me dice que ahí siempre estuvo la señora. Eso es raro. Él llegó cuando nosotros ya habíamos abordado. El español me mira de reojo, evita contacto directo, ve mi reflejo en la ventana. Me siento de nuevo vacío. La decepción que deja la falsa expectativa. Pregunto a cuatro personas más. Nadie la ha visto. Ni siquiera a mi. Vuelvo a ser fantasma.

Sin saberlo, pienso en el cambio de vagones. Pienso que he cambiado de dimensión. Que he encontrado una nueva forma de hacerlo: quedarme entre vagones al entrar a un tunel en un tren regional de Italia. Si tan solo lo hubiese hecho en Suiza. No está mal Italia pero he desarrollado una segregación geográfica. Una alergia a todo lo que no sea primer mundo. Pienso que no tiene sentido todo lo que acabo de pensar. Moma se debió cambiar de vagón y simplemente nadie estuvo atento a su partida ni a mi llegada.

Solo por si acaso volveré a cambiar de vagón antes de entrar a un tunel, para reencontrar a mi novia, poner las maletas donde deberían estar y volver a experimentar el deja vú que me traiga de vuelta a mi primera dimensión.

Lo intento pero ha perdido efecto si lo hago concientemente. Los que crean el universo no dejan nada al azar. Se me viene a la mente el segundo disco de Weezer. Se me viene a la cabeza Tired of sex. I know i’m a sinner but i can’t say no. Debo concentrarme. Ha pasado media hora desde que Moma desapareció luego que yo desaparecí. La tranquilidad inicial de que no hay paradas por una hora llega a la mitad.

Si mi mente fuera una jaula para mis ideas. Decido recorrer el tren para encontrarla. Espero no encontrar al oficial, tengo 50% de probabilidades de que no vaya en mi misma dirección. No sabría que decirle acerca del ticket, mi novia y mi ausencia de puesto.

Primera puerta. El espacio que separa los compartimientos. En Italia no hay primera clase, solo te mienten que hay primera. Segunda clase es igual a primera. Se ve más cómoda. Un pequeño segmento de pocas sillas vacío. Se ve tan acogedor. Me topo con la puerta del conductor. No recuerdo que estuvieramos a la cabeza del tren. Pero últimamente no recuerdo nada. Regreso a mi vagón. Ahí nadie me conoce. Solo compartimos el mismo oxígeno y los mismos rumores. La mamá que juega con el niño en su tablet, comparten un lenguaje desconocido. Se comunican sin comunicarle a nadie. Eso debe ser amor. La pasajera asiática con su cara nivea y su maleta pequeña que parece pesar una tonelada.


Aprovecho que paso por un baño para desahogar. Los grafitis a mano. El agujero negro. El letrero de no drinkable water. Me miro al espejo. ¿He cambiado? Un grupo de siete niños ingleses que juntos suman 800 pecas. Son idénticos, más parecidos entre ellos que los chinos entre chinos. Otro cambio de vagón. Anhelo por un puente y un deja vú. Moma no está en ninguna parte. En medio de Europa, más perdido que millonario en el Gran Cacao. Temo que en el resto del tren no encuentre a mi novia. Pero continúo. El ugandés que podría ser una sombra bien vestida. El señor que empieza el libro de mil páginas. Cambio de compartimiento. Veo a la mujer con cara desesperada por un cigarrillo. Sus dedos medio y índice engarrotados a la espera de la siguiente parada para encender sus pulmones. Los que duermen con gafas pero podrían estar despiertos y observándome. Nadie me ve pero todos me miran. Miro† un reloj. Faltan 10 minutos para nuestro destino. No llevo reloj. Empiezo a percibir miedo. En mi. En los pasajeros que no me han visto. La pareja que pelea en silencio. El niño que duerme en los pechos de su madre. Los pechos de su madre. El holandés tatuado. La belga tatuada. La americana sin un tatuaje ni cejas. Vagones de colores pasteles. Túnel. Vagón túnel. Salimos de uno y escucho el final de un mensaje en altoparlante que dice en italiano que se me acaba mi tiempo. De nuevo túnel. La gente se empieza a levantar de sus puestos. Me cruzan maletas. Carryons. Bolsos. Mochilas. Me choco con la suiza de dos metros. Pido disculpas en español, en inglés, en francés, en italiano. La mirada de desprecio tiene un solo lenguaje. Corro. Pasamos un tren. Pasamos otro. Tropiezo. Pasamos otro tú`nel. Escucho como el tren desacelera. Entro a un vagón donde todos están de pie. Los europeos tan puntuales ya están listos antes que el tren llegue a su destino. Siento que se me acaba la vida. El tren se ha detenido. He perdido mi novia. Mis maletas. Mi todo. Detrás de una gran maleta aparece Moma. Me recibe con un dónde te has metido. Es una estupidez que te desaparezcas cuando estamos por llegar. Me da la espalda y me vuelve a abandonar. Seguimos nuestro largo viaje. Otro deja vú.

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