viernes, 20 de octubre de 2017

Año nuevo, cuento de Pablo Echeverría.

Cuando llegamos la mujer estaba llorando desconsoladamente. Pensamos que un familiar suyo había sido abatido en los atentados del día anterior, pero en sus manos se sostenía la pequeña figura de una niña. De lejos pensé que era una muñeca de trapo. La cabeza le colgaba con cierto desgano; de sus bracitos delicados se sostenían un par de gotas de sangre, tal vez una hilera de ella, pero los detalles no son mi fuerte; la zapatilla negra aguardaba en el portón, igual que si la muerte la hubiera tomado en plena huida: la mejor imagen que uno podría tener como postal para el recuerdo.
Nos acercamos sigilosamente y apagaron las sirenas de policía. No hubo palabras de ninguno de los dos lados. La mujer solo asintió con la cabeza cuando le informamos que debíamos llevar a su hija a la morgue. <<¿Dónde queda?>>, dijo, y me miró fijamente a los ojos con un horror que aún hoy me estremece hasta los huesos. <<Cerca de la gasolinera central>>, le dije, y subí al auto. No paró de mirar a la ventana con infinita tristeza, con la nostalgia de no volver a verla, de no poder acariciarla y

viernes, 13 de octubre de 2017

Cofradía, cuento de Martín Torres

Acta oficial.

Hora: _12:13_

Celador número: __4___

Registre, en las siguientes líneas, los eventos observados:

El jardín, en medio del sol blanco, espera pacientemente las pisadas de dos miembros de la Cofradía. Sus nombres no son importantes, en realidad. Ambos, casi de la misma estatura, aunque con un par de décadas de diferencia en su edad, se han encontrado en situaciones muy distintas anteriormente. 

En este lugar, ni siquiera la muerte termina por igualar a los individuos: son iguales y la idea es diferenciarlos. Cada paso que se ha extendido por estos jardines calcinantes es distinto al anterior, paralelo a las promesas que se dejan atrás con el polvo. Este tiempo, que transcurre despacio y perpetuo entre las hojas secas que son las sombras de las nubes, profana toda la carne que toca. Cada pequeña arruga, cada mínima marca en la piel y cada cabello que palidece ante el terror de la vejez marcan con su propio tambor lo inevitable.

Ambos, el Viejo y el Joven, pasean con la tranquilidad de quien camina su laberinto. Sus piernas podrían ser fauces que se abren y se cierran de forma vertical, que cortan sus vidas en pequeños fragmentos. Aquí, no se persiguen el uno al otro. No escapan más que para poder encontrarse, del mismo modo en que los desquiciados y los malditos caminan los rieles del tren: de frente ante el encuentro de todos los instrumentos de la decisión. 

Durante toda una vida, o dos, o tres, o ninguna (que es lo mismo) se han caminado a distancias similares. Se han dado cuenta de lo inesperado que resulta despertar en un cuarto cubierto por una película en blanco y negro, a la madrugada, y atender al llamado del deber, de la pobreza o de la ley; a cualquiera de las dos orillas que los conducen al acantilado polvoriento de la acción. 

Ambos han sido bastardos viviendo en un traje miserable, recorriendo el crimen, uno más profundamente que el otro. Ambos han escuchado los alaridos del ebrio que cantaba y paseaba mientras todos dormían para darse fuerzas. Ambos han dejado botellas a medio acabar, mujeres a medio complacer, cigarrillos humeantes… ambos han sido prófugos pero de diferentes demonios. Ambos han rezado también, han tratado de desmenuzar las flores que los cadáveres de los niños olvidaban al ver a Medusa a los ojos, al convertirse en lágrimas pulverizadas por lo que un dios retorcido y demente considera justo. 

¿Quién está en lo correcto? Lo único que separa a un criminal de un policía es el latido que llega primero, o el suspiro que llega al bajar el rifle: el momento en que las almas se alivian o se agitan después de tomar la vida de un hombre y llevársela al infierno que nos sonríe cada día.Ese mismo infierno, también espera las pisadas de la juventud y la vejez. 

Los actos que caminan fuera de la obviedad no les interesan a los hombres que sirven a la justicia. Es precisamente el criminal el que repta dentro de las fauces de su propio frenesí. Solamente cuando el policía se da cuenta de que debe pensar como un criminal para atrapar a su presa se libera ante su propia función. El criminal, por otro lado, se deja llevar ante el impulso de su propia racionalidad: planea, prevé, analiza, contempla y define el sendero casi invisible que se teje como una mecha ardiendo en medio de la chispa universal.

El Viejo y el Joven se arrastran hasta que se pueden poner de pie, hasta que el peligro ha pasado. Se dedican palabras amables ante el respeto que sienten el uno por el otro, porque ambos entienden que debajo de todos los conceptos reside la carne: saben perfectamente que no somos más que tumbas móviles que infectan el vacío con la nada, la materia con lo efervescente. 

¿Quién guardará silencio primero? ¿En qué encrucijada el camino se desgarrará y llevará a uno de los dos al caudal infinito de un silencio superior? El Joven se atraganta con el polvo que se levanta mientras el Viejo cierra sus ojos gastados para evitar que sus pupilas se laceren: en el fondo, les gusta el sabor de la tierra y las lágrimas contaminadas que les obligan a ver el horror de un mundo que decidió por ellos. 

Las plantas que se abren paso entre las fisuras de la piedra los observan. Se abren para escuchar la conversación cordial y para tragarse los rayos de sol que las alimentarán lo suficiente como para arrastrarse en el suelo. Saben perfectamente que ambos miembros de la Cofradía han sentido el beso frío y efímero de una bala hirviente, el acero helado que destripa los tejidos de un cuerpo jadeante. 

Eso es lo que hay pendiente entre los dos: una mirada, una palabra y todos los caminos que conducen a este camino. Y este camino, a su vez, esconde la brutalidad salvaje y melosa de una decisión que cambiará el horizonte entero. Tal vez las nubes no son los sueños de los que sí pueden dormir. Tal vez son los suspiros de resignación de los que caminan. Tal vez son todos los sonámbulos, todos loscadáveres condenados. Todos dioses. ¡Todos en la honda sima de la humanidad! ¡Todos ahogándose contra el fantasma de lo que creen correcto! 

El Viejo llevará al Joven frente a un pelotón de sus pares y esperará a que lo aniquilen o lo olviden (que también es lo mismo). El Joven degollará al Viejo y teñirá un camino con su sangre. Pero no este, no hoy. No hoy. 

Hoy, los pasos de ambos están a salvo, como los dedos del malabarista cuando el último cuchillo se ha dormido y el semáforo ha cambiado de color. Hoy, este jardín se ha ahorrado el horror de ver a dos hombres perderse en medio de la bruma helada y amarilla que cobija al sepulturero. Hoy, el tiempo también puede esperar.