jueves, 30 de abril de 2015

Somos animales, micropoesía por @Lucy_Molly

imagen de un perro con sus patas hundidas en la nieve junto al título de la obra somos animales de la autora @lucy_molly del blog ficciondislexica.com

Siempre termino comparándonos con animales. Esa irracionalidad maquinada (por irónica que suene).

Me refiero a esa forma de actuar, de la búsqueda por atracción, de solo complacencia.
El tener ya algo, alguien y buscar algo más.

Hacer daño y volver a la escena del crimen, asechar a la víctima recuperada, pero aún vulnerable y estar ahí rondando, susurrarle un pasado e intranquilizarla.

Ese placer de desestabilizar con un gesto, un mensaje. Inventar excusas para que recaiga, es como si el culpable cual can, oliera nuestra debilidad, afilara las garras y ahí vamos otra vez.

Es un juego de poder, el animal lucha por poseer, la presa por no recaer.

Está también el rechazo, eso que se "activa" cuando ves a alguien, es como si pudieras oler el pasado pudriéndose frente a ti.

El desecho que el animal lleva entre los dientes, el olor a moho que lleva en la piel.

.......

Somos animales
somos criminales

Somos recaída
Somos huída

imagen libre de derecho de uso: www.corbis.com

lunes, 27 de abril de 2015

Emilio, cuento de Cecilia Manso Rodas, tallerista de Palabralab

fragmento del cuadro El Jardín de las delicias del pintor el bosco con el título de la obra Emilio de la escritora de cuentos cecilia manso rodas

Cuando tenía diez años, mis padres tuvieron que emigrar a aquel lugar de la costa sur de nuestro país; la actividad bananera, camaronera y aurífera de esa región, los había tentado a ir a probar suerte, aunque tenían que dejar por tiempo indefinido a su querida y reseca Loja. Ya instalados en aquel barrio de la ciudad de Machala, cerca de una escuela, pronto los amigables vecinos nos ayudaron a integrarnos a esa comunidad. Yo tenía amigos con los cuales jugábamos a la pelota, nos íbamos al río o a los esteros de mar. Fue en uno de esos paseos que nos acompañó Don Emilio, quien iba a bañarse al río porque en la ciudad había escasez de agua.

Tenía sesenta años, una esposa y ningún hijo; él era nuestro mejor vecino, se preocupaba por nosotros: hacía llevar los rechazos de banano, arroz, y lo que había en su finca para repartirlo entre los pobres, en las escuelas; todos lo queríamos por eso y por su especial forma de ser: tenía alma de niño alocado pero nos cuidaba, nos enseñaba a nadar, a andar en bicicleta, aunque de aquella manera tan suya: de un solo empujón.

Ese día en La Primavera, una playa del río Jubones, él se lavaba las manos en la orilla, y es lo último que supimos de él; cuando lo buscamos para regresar, solo estaba su bolso perfectamente ordenado, lleno de pastillas de jabón y toallas relucientes. Se nos acercó una señora de un poblado cercano y dijo que nos fuéramos, porque había un lagarto cebado. Corrimos llorando y gritando por aquel camino que nos llevaba a nuestro barrio, contamos lo ocurrido: que Don Emilio había desaparecido y que tal vez un lagarto lo había tragado.

La ciudad entera fue al río, las autoridades, la policía, hombres, mujeres, de todas las edades, especialmente sus amigos los niños y las niñas. Buscaron por mucho tiempo, y encontraron solo al lagarto, que era hembra y estaba en su nido; lo había hecho con girones de ropa del desaparecido. Se terminó la búsqueda, lo dieron por muerto.

Esa noche no pude dormir, estuve recordando a Don Emilio, mi cabeza estaba llena de imágenes e historias, como la de aquella vez afuera de su casa: cuando se miró las manos y según él estaban inmundas. Las había lavado algunas veces con abundante agua y jabón; lo hizo varias veces más y cerró la muy usada llave del agua - la cual había sido escrupulosamente lavada- no obstante lo hizo solo con la punta de tres dedos de su mano derecha. Ese era su ritual, lo había visto tantas veces. Igual atención, aunque menos tiempo, le dedicaba al secado de las manos, y luego las frotaba con abundante alcohol; eso lo obligaba a no tocar nada que él considerara sucio, lo cual era todo lo que lo rodeaba o que él no haya limpiado.

Esa mañana, al salir de casa rumbo al trabajo - al pie de la puerta- se encontró con uno de sus tantos conocidos, quien muy efusivamente le estrechó la mano, y con un gran abrazo le demostró todo el aprecio que le tenía; correspondió de igual manera porque siempre tuvo un gesto de cariño para todos, era una persona muy solidaria y generosa, pero cuando quedó solo al pie de la puerta le oí gritar:

-¡¡¡Pillyyyyyyyyyyyy!!!

Corrí a abrir el portón y lo encontré con los codos doblados alzando sus manos. Volvió a lavarse nuevamente. A la luz del sol, se podía ver su traje nuevo de casimir color gris desteñido; siempre usaba trajes arrugados, con bordes retorcidos, que dejaban ver los colgajos de los tornasolados forros de sus sacos.

Es así como lo recuerdo, con su obstinada lucha contra los microbios. En el patio de la casa ponía a hervir toda su ropa en una gran olla con agua, que descansaba sobre leña encendida; ahí había sumergido ese fin de semana el traje recién comprado, y otras prendas de vestir, ya lavadas. Así, a pesar de ser un hombre distinguido, no le quedaba nada que pueda lucir bien, y menos con el rociado con alcohol, que compraba todas las semanas por galones; pero que era lo que le aseguraba la perfecta limpieza de todo lo que quería desinfectar. Ya sus limpísimas manos habían adquirido un color blanquecino, como empolvado por algún talco, no sé si por resequedad de la piel, efecto del exceso de jabón, del alcohol o de los dos juntos.

No mucha gente sabía de esa manía de Don Emilio, y para nosotros no era algo importante; lo veíamos y le ayudábamos abriendo o cerrando las puertas, o corríamos a comprarle el alcohol si nos lo pedía. Muchas veces lo rodeábamos mientras se lavaba las manos, para oírlo; porque él sabía de todo y trataba que aprendiéramos. Era un hombre muy inteligente y lo mejor de él para nosotros era que sabía toda clase de historias: reales y fantásticas; a todos nos gustaba oírlas, y a mí especialmente las de fantasía, porque contándolas se transformaba; los ademanes y sonidos fluían por todo su cuerpo, encarnando a todos aquellos personajes de leyendas y cuentos improvisados por él, en las oscuras y calurosas noches de mi niñez. También eran muy solicitados los cuentos de terror, que basados en historias reales las convertía en escalofriantes e inolvidables narraciones que nos causaban pánico, especialmente cuando era noche y lo contado le “había ocurrido” a personas o habían sucedido en “ciertos lugares” cercanos a nosotros. Muchas veces, imagino cuando cansado de contar tantas historias, se desaparecía con cualquier pretexto y regresaba despacito, a esconderse y asustarnos con una calavera, que usualmente en aquella época se utilizaba en las casas para asustar a los intrusos, y con eso lograba que todos huyamos a nuestras respectivas casas.

Después de su muerte, muchas veces me parecía oírlo; pero esta vez, era de noche y me estaba llamando clara y largamente, con aquel silbido que él me creó:

-Piiiiiiiiiiiiillylliiiiiiiiiiiiiiiiinnnnnnnnnnnnnnnn

Un escalofrío recorría mi espalda, pero salí… y lo vi, era él. Había venido a contarme su propia y nueva historia: alzó sus brazos y perplejo descubrí que no tenía manos. Me dijo que nos quedemos tranquilos, que él estaba feliz sin el motivo de su obsesión.

imagen libre de derechos: fragmento del cuadro El Jardín de las Delicias de El Bosco
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jueves, 23 de abril de 2015

Tal vez deba confesarte, poesía por Camila Yerovi Avendaño

ilustración de 2 personas hablando, colores pardos, título de la obra tal vez deba confesarte de la autora Camila Yerovi Avendaño imagen libre de derecho de corbis.com

Tal vez deba confesarte una cosa o dos, o tres, o mil.

Tal vez deba confesarte que no he encontrado a nadie con quién las horas se me hagan segundos por la amena y fascinante conversación. ¡Y cómo me gustaba la forma en la que plasmabas tus ideales con cada palabra que echabas de ti!

Tal vez deba confesarte que no he encontrado nadie que comparta mi visión del mundo. Vaya que tú lo hacías.

Tal vez deba confesarte que no he encontrado nadie que me conozca a la perfección y después de eso continúe ahí, soportándome... Entendiéndome.

Tal vez deba confesarte que no he encontrado a nadie que provoque esa fiebre en mí. Esas incontrolables ansias de verlo en lejanías, al menos. De saber que existe, que vive, que siente, que respira, que piensa y ¡Cuánto mejor si es en mí!

Tal vez deba confesarte que no he encontrado nadie que me bese las amarguras, las histerias y las inseguridades.

Tal vez deba confesarte que apesta a olvido en este momento mi habitación, apesta a recuerdos muriendo. Se vuelven ajenos a mí. No hay forma de resucitarlos.

Tal vez deba confesarte que se desvanece tu figura abrazándome del álbum de mi alma, donde te capturé y creí que vivirías por siempre.

Tal vez deba confesarte que no te extraño, ni pienso buscarte... Ya no.

Tal vez deba confesarte que ya no te amo, ni te amaré.

Y posiblemente no encontraré a nadie como tú... O quizá sí.

Y probablemente amaré a otros de igual forma... O quizá no.

Y tal vez, sólo tal vez, deba confesarte que esta que escribe ya no soy yo...

... Que yo dejé de ser cuando te olvidé.

imagen libre de derecho de uso: www.corbis.com

miércoles, 22 de abril de 2015

Sé parte del primer #álbumdecromos del publicista ecuatoriano

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lunes, 20 de abril de 2015

Carrusel, cuento por Lucas Yulee, tallerista de Palabralab

fragmento del cuadro el jardín de las delicias del pintor El Bosco con el título Carrusel cuento escrito por Lucas Yulee de Palabralab Ecuador

De la misma forma en que besaba al padre, besaba a su hijo. Irene retiró con delicadeza el rostro que tenía enterrado en su pecho. Lo contempló por un instante, conteniendo al principio unas ganas repentinas de vomitar y luego se sintió en calma, maravillada por el contacto de sus dedos con la cabellera húmeda de este. Hundió su nariz en la espesura de este reino y sintió la lluvia. Mantuvo los ojos cerrados por un instante, ansiando que el sabor de las gotas no se le escaparan de la lengua. Pensó, con gran alegría y una tristeza siempre acechante, en cómo las cosas ordinarias del pasado volvían a ella con una esencia renovada, dispuestas a hacerle sentir una vez más el placer de descubrir. En su cabeza el mundo le concedía el simulacro de una infancia, pero ella estaba segura de que sea lo que armara, no guardaría ningún parecido con la realidad.

El ruido de la lluvia no le dejo escuchar ninguna de las palabras que el sujeto en impermeable le gritaba a la distancia. Irene, sumida en un llanto, le gritaba también, sin poder entenderse a sí misma. No hubo una despedida o insulto final. Cualquiera que sea el ritual que celebre la separación de dos

jueves, 16 de abril de 2015

Primer paso, microcuento por Andrés Avilés, tallerista de Palabralab

fragmento del cuadro el jardín de las delicias del pintor el Bosco con el título de la obra primer paso por el escritor Andrés Avilés de Palabralab


Le han dado a entender (amablemente), que si no baja de inmediato, procederán a ir a buscarlo. En el peor de los casos tratarán al menos de vestirlo.

imagen libre de derechos: fragmento del cuadro El Jardín de las Delicias de El Bosco
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lunes, 13 de abril de 2015

Saltando, cuento por Andrea Itúrburu @andreitai, tallerista de Palabralab

Fragmento del cuadro el jardín de las delicias del pintor El Bosco con el título de la obra Saltando de la escritora Andrea Iturburu @andreitai de Palabralab Ecuador

Cada vez que Julito saltaba sentía que podía tocar las nubes. Ese día dio un gran salto y de pronto todo oscureció. Intentó sentir con sus manos dónde se encontraba. Tocó una superficie plana, sentía un teclado, un cuaderno de apuntes y finalmente apareció algo que parecía un botón. Lo apretó y volvió a ver.

Se miró las manos, habían crecido. Afinó su oído y pudo escuchar murmullos. Miró a su alrededor y vio a cientos de personas, sentadas en cubículos reducidos. Él también formaba parte de ellos. Miró fijamente a la pantalla que tenía cerca de él, su reflejo no era el que él recordaba. Se paró y corrió por los interminables pasillos. Pudo sentir como cada latido de su corazón se hacía más fuerte, como una ola gigante de nervios lo había envuelto y sus piernas, pensaba él, parecían estar hechas de mantequilla.

Se detuvo durante un instante, un microsegundo, en medio del laberinto interminable de pasillos. Cientos de personas uniformadas y en perfecta sincronía, escribían sin parar en las máquinas, agarraban las tazas, se limpiaban la boca, volvían a escribir.

Al final del pasillo que había escogido, había un baño. Empujó la puerta y entró. Se miró al espejo. Una vez más, no reconoció su reflejo pero sabía que estaba ahí, muy dentro. Recorría con sus manos su rostro transformado. Tenía pelo en la cara, y había alcanzado tanta altura, que tenía que bajar la cabeza para poder ver el lavabo.

Unos fuertes golpes lo sacaron de su ensimismamiento. Alguien tocaba furiosamente la puerta. Asustado, trató de abrir la pequeña ventana que se encontraba en lo más alto de la pared del baño. Saltaba, pero ya no era liviano. Los golpes se hicieron más fuertes y él estaba aterrado. Tan solo quería alcanzar las nubes, no hacerles daño. ¿Qué habré hecho para hacerlas enojar tanto?

No sabía en qué se había convertido, aunque sentía que él estaba ahí dentro, atrapado. Las ojeras, el pantalón planchado, los zapatos de suela, hace unos cuantos segundos había estado saltando en el jardín de su casa, tratando de tocar las nubes, con el sol golpeándole la cara y los pies descalzos; y ahora estaba en un cuerpo cansado y ese alguien detrás de la puerta, le gritaba que tenía que regresar al lugar donde había empezado su pesadilla.

El día en que todo comenzó, recordó, había saltado toda la mañana. Soñaba con que llegue el momento en que al fin sea tan alto, como para agarrar las nubes y talvez quién sabe, hasta quedarse a vivir entre ellas. De repente sus pies volvieron a tocar el pasto y el sol había aparecido nuevamente sobre su rostro. El cielo lo saludaba con su azul brillante y las nubes con su imponente suavidad. No estaba seguro si había regresado.

imagen libre de derechos: fragmento del cuadro El Jardín de las Delicias de El Bosco
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viernes, 10 de abril de 2015

Pobre Paul, microcuento por @MillaLoffredo, tallerista de Palabralab



fragmento del cuadro El Jardín de las Delicias del pintor El Bosco con el título Pobre Paul de la escritora Milla Loffredo de Palabralab

Policías persiguen prófugo por pasillo. Pobre Paul, pena produce; pierna partida, podrida. Pies pican, párpados pesan. Perdido, por puerta púrpura pasa. Primer piso. Policía perverso, pega. Palo punzante, pulmones pierden porte; Paul perece.

imagen libre de derechos: fragmento del cuadro El Jardín de las Delicias de  El Bosco
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miércoles, 8 de abril de 2015

Cambio de luz, microcuento por @peperina79 , tallerista de Palabralab

fragmento del cuadro el jardín de las delicias del pintor El Bosco que muestra el cielo con el título de la obra cambio de luz y el usuario de twitter del autor @peperina79


Cada vez que Julito saltaba sentía que podía tocar las nubes. Ese día dio un gran salto y de pronto todo oscureció. Una fuerza lo absorbía, no sabía qué ocurría pero era seguro que esta extraña situación sería una travesía para recordar. De pronto esa fuerza que lo transportaba lo soltó. No entendía lo que sucedía. Antes de lograr ponerse de pie escuchó una dulce voz que pronunciaba cánticos que inundaban el lugar.

La angustia y el dolor que sentía por su viaje desaparecieron. Solo quedaba dentro de él una gran paz. Minutos después la voz se silenció. Julito preguntaba: "¿Hola, hay alguien aquí?". La respuesta fue un halo de luz. Inseguro, empezó a caminar y la luz se convirtió en su guía. El tiempo que llevaba caminando empezaba a ser muy largo, él ya quería regresar a casa y seguir jugando. También tenía muchas preguntas sobre lo que estaba viviendo pero nadie aparecía para responderle. Por fin pudo ver una salida a esa tiniebla sin fin. Aquella larga caminata había terminado, o al menos eso parecía. Encontró la entrada a un desconocido pero hermoso lugar. No salía de su asombro, era un gran campo lleno de una luz radiante y cálida. Corrió y saltó riendo sin cesar. Se recostó en el césped para recobrar fuerzas y mirar ese azul intenso del cielo, ciertamente se sentía el niño más feliz. Y así, se quedó dormido.

Por segunda ocasión, la voz se hizo presente con dulces cantares despertando al niño. Al abrir sus ojos se encontró nuevamente con aquel halo de luz. Escuchó una fina y delicada voz de mujer llamándolo, transmitiéndole dulzura y paz. Abrió su boca desatando una lluvia de preguntas que hicieron reír un poco a este ente de luz y le dijo: "Es muy importante que me atiendas antes de que regreses: nunca, nunca dejes de soñar. Tu misión es esa. Algunos sueños se cumplirán, otros no. Tú tienes el poder de crear. Ahora te enviaré a casa, no olvides mis palabras pequeño. Llena estas páginas de color y palabras, es tiempo de soñar!" Nuevamente, se vio envuelto por una fuerza que lo sacaba del lugar al que tanto le había costado llegar.

Esos saltos que había dado tratando de tocar las nubes y que lo habían llevado a ese extraño viaje lo traían de vuelta, cayendo a tierra. Despertó. Sintió un resplandor y una frescura en su cara. En el fondo se escuchaban voces. Por un momento pensó que seguía en el mismo campo y que vería aquel azul del cielo.

Él seguía inmóvil, recordando lo que le habían dicho. Las voces seguían a lo lejos. Escuchó el ruido del aspersor y sintió pequeñas gotas de agua caer sobre él.

―Quiero seguir tratando de tocar las nubes ―dijo y se levantó y se subió a la cama elástica queriendo alcanzarlas.

―¡Julito! ―llamó mamá al pequeño.

―¡Voy mamá! ―respondió. Dejó de saltar. Al bajar de la cama se dijo: "No dejaré de intentarlo".

imagen libre de derechos: fragmento del cuadro El Jardín de las Delicias de El Bosco
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lunes, 6 de abril de 2015

Volver a sentir, poesía por @BebaFerreira

imagen recortada de joven frente al amanecer escuchando música en sus audífonos blancos con el título volver a sentir y el nombre de la autora @bebaferreira

Volver a sentir... Que se te vaya de las manos y que cuando te detengas a pensar en ello, te vuelvan recuerdos, te llenes de escalofríos desde la punta de tus pies hasta la nuca y que en tu cuerpo recorran más que sensaciones. Que se te olvide el mundo por momentos, que se te olvide todo lo que te rodea y todos, porque estás más en el cielo que en tierra.

viernes, 3 de abril de 2015

Desde el borde, microcuento por Alfonsina Punín @alfonsinasinmar, tallerista de Palabralab


"La tercera siempre es la vencida", me repetía papá mientras me retiraba el cuchillo que yo le había ayudado a afilar días atrás. El torpe esperaba que le creyera después de los primeros dos huecos en el pecho y el barrizal de sangre sobre la mesa. “Apunta bien papá, es entre la cuarta y quinta costilla, cuéntalas”.

No, no crean que papá era un psicópata que mataría a su propio hijo; bueno al menos no sin su consentimiento, es decir el mío. Yo, por otro lado, ciertamente tenía algo desajustado en el cerebro. Tras años sin dormir repletos de bisturís, retractores y otras abominables herramientas; luego de incontables cortes y de repulsivos procedimientos para llevar órganos palpitando a mis manos; de gritos, de llantos, de ella y de su muerte… Pero no, papá era simplemente muy bueno con su hijo un poco demente.

No, tampoco soy suicida o masoquista. Todo había sido cuidadosamente planificado: 400 miligramos de lidocaína robada al hospital, para que no sintiera nada; la camilla con amarras; el desfibrilador improvisado con una batería de carro. Papá tendría que resucitarme cuando todo haya acabado. Era muy sencillo, verán, solo tenía que morirme un poquito para encontrar mi camino hacia ella. Estaba desesperado y enviciado, busqué cientos de métodos, cada vez menos ortodoxos, más experimentales. Entonces lo encontré en un estropajo de hojas, de cuando la gente todavía creía en convertir las piedras en oro y en que un clavo en la cabeza aliviaría mi locura. Y claro, papá era el único que me apoyaría.

Papá cuenta y hurga entre mis huesos, como cuando me hacía cosquillas de niño, buscando el lugar exacto para hincar con el cuchillo. No me duele nada por supuesto. Pero siento el cuchillo, afilado con precisión, atravesar pliegues de tejido, grasa y sangre hasta llegar al punto de desborde; siento mis dedos extenderse al infinito, la gravedad le gana a mis pulmones; es como pararse en un banquito y caer al vacío; caer en sus sonrisas y en sus cabellos. Me abraza.

Ya les había explicado que no era suicida. Solo tenía que llegar a ella.

“¡Julián!”, veo a papá abofetearme. Veo su cara de alivio. Todo ha salido como habíamos planificado; excepto, claro, ese par de huecos extras. 

imagen libre de derechos: fragmento del cuadro El Jardín de las Delicias de El Bosco
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miércoles, 1 de abril de 2015

Limbo, cuento de José Sánchez, tallerista de Palabralab


I
Morirse es una experiencia traumática. Eso fue lo mejor que se le ocurrió decirme. Traumática. Linda forma de introducirlo a uno en el mundo de los no vivos, de los no lugares. Y después, que me calme. Que ya pasará. ¡Que la vida sigue! Supongo que sigue para los demás, los que aún no se enteran de la insignificancia de nuestra existencia. Gloria debe estar preocupada. O debió preocuparse cuando no llegué. O no me desperté. O cuando la llamaron a avisar que no llegaba. El tipejo que me recibió con categoría de ángel o como miembro del equipo de inducción para el más allá, ni siquiera sabía cómo fue que me morí. Bueno, a decir verdad la aparición era amable. Es muy gentil esperar horas hasta que alguien termine de llorar. Aunque deben estar acostumbrados. ¿Cuánto nos podemos tardar en llorar nuestra propia muerte?, habrá de todo. Yo sólo tardé unas horitas. Unas horitas para alcanzar la paz. Hasta parece título ridículo de programa evangélico. Lo que me molestaba mientras lloraba era no entender en qué momento vine a parar aquí, como a los que asisten a los programas evangélicos, ellos también tienen inconformidades, lo sé, porque muerto, uno adquiere una claridad meridiana, casi divina. Lo único oscuro en las imágenes acumuladas de todas las desgracias y aventuras sin fin sobre la tierra es la manera en cómo uno muere. Tal vez por eso es que me levanté con este papel en la mano: Entrada sin restricciones a todas las localidades del entierro de Lucio de la Garza.
¡Sin restricciones!
II
No sé qué sentir o qué decir. Quisiera decir que la reacción de mi familia es satisfactoria. Plenamente satisfactoria. Inclusive de los que partieron antes de mí. Mis seis hermanos y mis dos hermanas. Todos presentes sobre los árboles de claudia acostados en las ramas. Todos viendo el féretro con pena, con tristeza, sin lástima ni atisbos de alegría. ¡Qué solos están!  Cada uno en su copa, sobre su hoja, sin poder verme ni a mí, ni entre ellos. Pero yo te reconozco Arturo, Jaime, Jorge Luis, Pablo, Juana, Marcos, Alex y Victoria. A la final no ganaste Victoria, a la final te moriste primera ¿no?
Todos lloran. Sin excepción. Es un día triste. Menos para el que parte. Porque el que parte sabe que sigue aquí y aunque ya no pueda hablar con nadie, le queda el consuelo del llanto sincero de sus familiares y conocidos así como alimento final de su vanidad. Gloria está deshecha. Mi Glorita. Siempre te quise más que a mi primera esposa, la Juana. Será que tú me diste a mis maravillosos hijos. Todos buenos, todos pobres. Siempre dijiste que la fuerza de carácter viene de la mano con la estabilidad económica. Y ya ves que no. Ya me vine, liberado de responsabilidad sobre ellos. Y siguen siendo honestos, altruistas, académicos, talentosos, humildes y pobres. Pobres los cojudos. Espero que no se enemisten por lo poco que dejo. Hace años tuvimos mucho Glorita, ojalá pudiera preguntarte si te acuerdas. Y con el tiempo y tus consejos se los regalamos todo. Y ellos lo consumieron todo, con el mejor ánimo tratando de salir adelante. No pudieron no más. Y cuando tú partas Gloria, cuando tú partas, sólo quedará el multifamiliar donde todos vivimos como prueba de lo que un día tuvimos innecesariamente. Hice lo que pude Gloria. Se ve que me quieren, y es porque hice lo que pude.
¿Quién sería el que puso mi cinta de tela sobre el ataúd? Seguro que fue Cesitar. Seguro que pidió permiso. Él sabía lo que guardaba en mi mesa de noche. Mi amuleto de la suerte. La cinta con que mi viejito amarró el primer paquete de camisas que vendió, me decía siempre. Me la pedía como única herencia y yo se lo concedía. Debería haberse quedado con ella. Esa cinta es muestra de mis días mejores, de mis días de juventud y energía, cuando podía vender camisas o frutas a punta de grito.
Se me ve flaco en esa caja. Después de 40 años se me vuelve a ver flaco. Si me viera la Juana, que me dejó por descuidar mi peso, en una de esas y se viene con el muerto. Y si viene que traiga las llaves de mi camioneta, no quisiera que alguien la use. En ella me monté más veces que en la misma Gloria y tuve más aventuras que todos los desquiciados negocios de mis vástagos… En fin, no hay nada que ver aquí. El espectáculo terminó. Gracias por llorar.


imagen libre de derechos: fragmento del cuadro Cristo en el limbo por El Bosco de 1575 
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Palabralab y su microliteratura en Ficción Disléxica


Tenemos el honor de compartir los microcuentos de una de las organizaciones que más impulsan la literatura en Ecuador: Palabralab, un espacio cultural dedicado a generar actividades literarias como deporte extremo; promotores de Ciudad Mínima, un evento anual dedicado a la microliteratura en la que han participado grandes de los cortos de ficción y drama como Alberto Chimal entre otros.

Palabralab desarrolla talleres para promover la literatura entre futuros escritores quienes tendrán un espacio siempre en este blog. A partir de hoy se publicarán microcuentos de sus talleristas quienes buscan entre las letras y palabras, el sentido de su escencia como escritores, como portales a otros mundos que durante un instante, existen y son parte de nuestra vida.

Para conocer más de Palabralab visita su sitio web http://www.palabralab.com/ y síguelos en redes sociales: twitter y facebook