viernes, 23 de noviembre de 2018

Mota, cuento de @Ed_M_Undo

La casa de mi abuela quedaba en Rumichaca y Benalcázar. Era una casa que en los ochentas ya era vieja. El Barrio era más viejo aún y ya no quedaba nada del resplandor de las grandes casas del Centro en la zona. En la esquina quedaba la zapatería Espín y cosían pupos de fútbol a mano. Me encantaba pasar frente a la vitrina, aspirar el aroma al pegamento y ahora que lo recuerdo nunca entré al local. La casa tenía dos piso y en la planta alta vivió por décadas mi abuela con mi tío Chalo.

La casa era de madera a excepción de los pilares y los balcones. Recuerdo que en un año nuevo puse 2 chispeadores en unos de sus grandes ceniceros de cristal y se cortó por la mitad, no tanto como una rotura sino como un desensamblaje, como si los átomos del cristal decidieron frente a mi separarse haciéndome pensar que había sido mi culpa esa acción. Lo que menos me gustaba era el perro pequinés de mi abuela que siempre me gruñía cuando lo encontraba mientras jugábamos a las escondidas. Ella la llamaba La Mota.


Mi abuela nunca tuvo buen gusto, todo su piso desde el piso a mitad de la pared era color café oscuro y su color tenía la habilidad de absorber toda la luz, nada brillaba en casa de mi abuela. Tenía una extraña cantidad de ceniceros pero ella nunca fumó. Me llamaban la atención los grandes ceniceros de bronce en forma de mosca gigante. ¿Por qué pensaría que una mosca gigante podría ser una pieza de decoración? Lo más extraño aún es que nunca se lo dije y cuando murió se los heredó a mi madre, así que un día cuando ya no vivía en su casa husmeando en su gran mueble aparador me encontré esas moscas que con sus opacos ojos metálicos me miraban desde otro planeta.

La casa olía a viejo y era larga como un chorizo que con mi prima y mis hermanas podíamos hacer competencias de atletismo por el corredor que daba a una puerta clausurada que un día descubrí daba a un minúsculo patio interior que tenía dos lavaderos. ¿Por qué instalar un fregadero frente a otro en el mismo patio que no tenía espacio para colgar la ropa? A veces pensaba que esa casa era el muestra absoluta del antidiseño. El cuarto de dibujo de mi tío era también diminuto, su enorme mesa de dibujo ocupaba casi todo el espacio y me encantaba la ventanita como de cuento de hadas que daba al gran comedor familiar.

Pero lo que más me llamaba la atención era la claraboya. Incluso el nombre claraboya me parecía especial. Este espacio con salida al techo era un ducto que conectaba los dos pisos de la casa que de niños nos había prohibido asomarnos. Tenía cuatro pequeñas ventanillas y a veces escuchaba a la familia de abajo.

Un día de curioso le pregunté al inquilino de abajo hacia donde llegaba la claraboya y me dijo que al piso subterráneo. En ese momento se abrió en mí la misión que debía resolver cuanto antes pues nunca hubo un patrón de visitas donde mi abuela porque vivíamos en Urdesa. Podían pasar meses sin visitarla para que luego lo hiciéramos de 2 a 3 veces por semana. Luego de fallidos intentos por encontrar el camino un día la vecina nos mostró una pequeña puertita que estaba al pie de su cocina. Me advirtió que nadie entraba ahí salvo un empleado que desapareció hace años. Entramos con miedo al pasadizo que olía a humedad y en en fondo encontré todas las fundas de caramelo que había arrojado por la claraboya, un par de juguetes que había perdido años atrás cuando escuchamos un sonido que nos heló la sangre, luego el agitado suspiro de algo en la oscuridad que estaba cerca de nosotros. Era La Mota con sus ojos rojos que paseaba por ese laberinto de concreto y no entendíamos como había llegado allá abajo sin pasar por la puerta.

Lo que verdaderamente nos asustó fue que al salir su abuelo contó que el empleado que había trabajado durante décadas era un hombre del campo que no sabía leer ni escribir, hablaba poco y cuando lo hacía nadie entendía y siempre se la pasaba tosiendo. Lo que nadie hizo fue llevarlo a un médico para que le diagnosticara la pulmonía que lo fue consumiendo. Él vivía en el pasadizo y luego de un feriado nunca supieron más de él. Años más tarde al bajar un día al pasadizo al fondo encontraron su cuerpo momificado. Había muerto y nadie lo había notado. Se había convertido en huesos que calzaban su única ropa. Que él fue uno de los encargados en sacar el cadaver y no lo nunca pude olvidar fue la descripción de una media que al inclinarla caían los huesos de la mano.

Esa historia sin duda nos dejó sin sueño un par de noches pero el miedo hacia la Mota y su aparición por arte de magia allá abajo nunca la olvidé. Cuando murió no puedo mentir que me sentí mejor. Lo malo es que a las pocas semanas mi abuela vendió la casa y nunca pude volver a verla.

martes, 20 de noviembre de 2018

¿Por qué se cortó las uñas esa semana?, narración canibal de @Ed_M_Undo

No les quisiera contar lo que está pasando en Rusia. Hay algo maldito con esa tierra. Debió ser el futuro. Terminó siendo el pasado. Lo que no les quiero contar ocurre en el mundo más abajo de las mafias. Es una situación endofágica. Es una cuestión de antropofagia. Muy cercano a la coprofagia.

En cierto lugar de Rusia que prefiero no imaginar, en una bodega digamos, dos familias se reúnen, hablamos de familias rusas que son el equivalente a dos pueblos. Todos se casan entre ellos. Una cuestión de endogamia. En la mitad de la bodega una mesa enfrenta a dos personas, suelen ser hombres jóvenes con todo el futuro por delante pero a punto de tragárselo. Es una cuestión de compromiso. Lo que haga el uno tendrá que hacer el otro. Sino empezará una carnicería que quizás extermine las dos familias rusas. Es una cuestión de lealtad. No se puede sacrificar a tanta gente. Alguien tiene que estar dispuesto a sacrificarse por ellos.

Los individuos suelen tener algún entrenamiento militar. Su quijada erguida. Su columna estirada. Imaginemos que la escena da vuelta ante ellos para que podamos cubrir todos sus ángulos. El primer ruso saca de su bolsillo una navaja y procede a cortarse el lóbulo inferior de su oreja. El dolor es visible, palpable, tangible. Sostiene el pedacito de carne mutilada entre sus dedos mientras circunnavegamos esta situación inaudita. El contrincante que sienta frente al mutilado cierra los ojos y gritos de apoyo, insultos, escupitajos provenientes de su familia lo incitan a abrirlos. Al hacerlo, ve directamente como el primer sujeto se come su propia oreja. Pero esperen, eso no es lo peor. Él ahora deberá hacer lo mismo, sino una a una cada mujer de su pueblo serán degolladas frente sus ojos. Niños serán desmembrados. Viejos quemados vivos. Todo frente a él. Toma la misma navaja y sin pensarlo más se mutila no solo el lóbulo inferior sino toda la oreja. Se la introduce en la boca, la mastica. Sangre rueda por las comisuras de sus labios. El oponente lamenta lo sucedido. Ahora con su media oreja palpitante debe cortar cartílago. Con dificultad para desgarrarla, tendrá que proceder a arrancársela. ¿Por qué se cortó las uñas esa semana?. El dolor es imposible, pero lo utiliza como impulso para con la navaja ensangrentada, lubricada por sus propios fluidos, amputar el dedo meñique de su mano derecha. Un grito al unísono copa el eco de la bodega. Con su pulgar y dedo índice de la misma mano sostiene su dedo. Una papa frita bañada en salsa de tomate. En una situación demoníaca, es mejor usar la imaginación para redireccionar al subconciente lo que está pasando. Procede a morder su dedo. La carne cruda es tan difícil de masticar. Caucho. Hule. Poliuretano. La primera arcada viene cuando el diente toca el hueso. La falange humana es tan suave como un huevo de pollo. Olviden lo dicho, sino nunca volverán a comprar en Kentucky Fried Chicken. La cámara gira alrededor de este escenario caníbal, autocaníbal, autoantropofagia.

La carnicería dura solo un poco más antes que uno de los dos cae desmayado. En el piso lamenta que no lo haya logrado. Que su mano pudo salvar a sus abuelos, que su pómulo pudo salvar a su madre. Que la grasa de su estómago pudo salvar a sus hermanos. Que una tira de su muslo pudo salvar a todos. Ahora, mutilado, tendrá que vivir con la culpa del genocidio que ocurre por no haber tenido el estómago lo suficientemente fuerte para haberse devorado.



viernes, 12 de octubre de 2018

Súbditos. Cuento de @Ed_M_Undo.

Cuando niño jugaba a ser el rey los escarabajos del patio de mi casa. Los llamaba súbditos y los podía masacrar. Siempre estuve atento al nefasto andar de los seres sin imaginación. Se tiene un don al ser capaz de ver la realidad. Se tienen premoniciones. Se altera el futuro con el pensamiento negativo. Por ejemplo, si no quiero ser atendido por un cliente lo deseo y abandono el esfuerzo. Antes del plazo mínimo recibo la llamada que cancela la reunión.

Un día un pasajero decidió continuar el trayecto del tren. Siendo el último pasajero avanzó hasta las afueras de la ciudad, donde no recordaba que hubiesen vías ferroviarias. Al llegar a la estación salió y fue recibido por una pareja de ancianos de muy poca estatura. Se tuvo que agachar para escuchar lo que decía. Empezó a correr repitiendo en su mente "esto no puede estar pasando". Corría sin sentido por un camino deseando que lo condujese de vuelta a la ciudad.

Ser un súbdito requería de mucha tenacidad. Usualmente viven debajo de largos maderos mojados, negros como el anochecer, abandonados sin un propósito. El súbdito abandona su cubil el día que decide empezar a morir.

El pasajero llegó a un pueblo que pensó reconocer como el sitio donde los buses paran para que los ocupantes usen el baño. La escena solitaria infringió un nuevo temor a nuestro héroe, quien decidió mirar atrás. Su miedo infundado lo llenó de valor, al encontrar la calle abandonada, pero al mirar de frente sintió un latido doloroso en el pecho, sintió sus piernas perder la gravedad. Frente a él, la pareja de enanos, esta vez claramente eran unos jóvenes enanos, lo miraban con ojos huecos. A sus pies, un gato muerto lleno de hormigas. Las hormigas subían a un pan, no tocaban el fresco cuerpo del animal. Se resignó. Nada tenía sentido, pensó que debía tratarse de un sueño y que su verdadero ser debía estar en el tren.

Mi momento del año más feliz era navidad porque podía comprar fuegos artificiales. Llenaba de petardos los maderos y veía volar en cámara lenta miles de pedazos, corazas y patas de los súbditos. Una emoción que perdí con la edad y por la mudanza a una zona más pobre de la ciudad junto a mis padres. No solo dejé la casa de Urdesa, dejé mi reino abandonado.

La historia del pasajero no tiene un final feliz. Un enano muere en la persecusión. El pasajero se culpa y decide lanzarse por un puente en el momento que pasaba un camión lleno de maderos negros mojados.

martes, 11 de septiembre de 2018

Aerodinámica noruega. Cuento de @Ed_M_Undo


Escribo en el avión para evitar conversar con el pasajero del puesto 9B. Siempre escojo el asiento de la fila 9. Me parece más democrático. Que en caso de secuestro terrorista pasaría desapercibido. Tiene sus beneficios el asiento sobre el ala del avión. Turbodinámica noruega. De niño apunté mi dedo al cielo y disparé una bala imaginaria. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Las balas también necesitan tiempo. De pronto; boom. El avión se deshace en el cielo. Pequeño a la distancia. No más grande que un colibrí. Polvo intergaláctico. Sentí el peso de la gravedad por primera vez en la vida. Si no estaba anclado a la tierra hubiese querido desaparecer en el espacio. Toda esa gente que acababa de matar. Regresé corriendo a mi casa. Mi mamá me recibió sudada. Su gimnasio era limpiar todos los días la casa. Cada día la aspiradora, el trapeador, la casa vacía oliendo a desinfectante. Le dije que acababa de hacer explotar un avión. Que no era mi culpa. Ella no prestó atención. Así nos comunicamos en mi familia. El todo estará bien de Eva entre desconocidos que vivimos bajo el mismo techo. 

Es una falta de respeto que las ventanas de los aviones estén sucias por fuera. En los setentas se caía un avión al día. Pero el deseo de llegar más lejos seguía llenando los aeropuertos. Foster diseñó la arquitectura de los aeropuertos para que nos vieramos la cara siempre. Para que vieramos a alguien que se caería igual que un sueño en picada. Si todo salía bien el avión se estrellaría fuera de la ciudad. 

Quería ver mi desastre. Mi montaña llena de escombros. Niño y con una primera obra de terror. Ir a la montaña a recoger pedazos de maleta, ropa suelta, compuertas, espumas, papel higiénico. ¿Por qué llevan tanto papel higiénico los aviones? Mi dedo eliminó un avión. Quizás Romeo y Julieta murieron en un avión y sus familias inventaron el cuento del veneno. Antes era una deshonra que se te caiga el avión. Abdón Calderón del cielo.

Mi padre llegó y se sentó frente al televisor Goldstar. A él nunca le contaría lo que había hecho. Se lo toma todo demasiado a pecho. Prefiero obviar mi vida ante él. Espere las noticias, el flash informativo. El había debió caer encima de alguna población. Las desgracias suceden en secuencia. Pero nada. Ni noticia del dedo devastador. Del número de muertos sin heridos. Nadie sale herido en un accidente aéreo. Es muerte garantizada. Gillotina colectiva. Aunque despierte de mi sueño voy a seguir soñando en el avión. No quiero ver mi dedo. No sé cuantos aviones haya desaparecido. No dejo escombros, por eso no soy noticia. Si tan solo supiera si es verdad. Apunto mi dedo a mi padre. Pero no me arriesgo a hacerme huérfano.

Alguien esperó en un aeropuerto hasta que lo cerraron. Alguien no me espera en el aeropuerto al que llegaré de madrugada. Nadie nunca me espera porque apunto mi dedo y dejan de existir.

jueves, 2 de agosto de 2018

Día mundial de la bicicleta. Un cuento de @Ed_M_Undo

La boda se celebró el viernes 19 de abril. Los viernes, los hoteles reservan sus salones con sobreprecio como castigo para las parejas que se deben casar en apuros antes del tercer mes de embarazo.

El salón Imperial del hotel Villanueva empezaba a presentar un estado de deterioro que pasaba inadvertido por la decadencia de su decoración. Dragones de mármol de Chile, tapices de lentejuelas de Kuala Lumpur, mimbre chino y baldosas de algún archipiélago sueco mejoraban su presencia ante la luz púrpura que ocultaba las manchas de las alfombras y las paredes.

Las primeras en llegar fueron las tías. Ellas llegan dependiendo de su grado de soltería. Una vez que se establecen en sus mesas correspondientes, empiezan a negociar el centro de mesa. El salón se fue llenando armoniosamente. Todos querían pertenecer a la celebración y sobretodo, descontar su regalo con el buffet y el whisky que había prometido el desdichado suegro.

Luego de una efímera ceremonia, Tiempo de Vals de Chayanne, y Un Hombre Divertido de Wilfrido Vargas, se consideró oficialmente iniciada la celebración de la boda. Un baile en pareja, sobretodo un merengue, debe ser danzado bajo una coordinación de pelotón de fusilamiento. Basta que una bala o movimiento de cadera salga antes de tiempo para convertir un hermoso espectáculo en una masacre. La primera bala mata al fusilado, el resto, despedaza el cuerpo sin misericordia, igual que el contoneo de los ritmos dominicanos.

El vino afloja la lengua mientras que el whisky afloja la cadera. Hay que conocer la alquimia de los licores que convierten la conversación en oro o simple plomo.

Lo extraño ocurrió luego del buffet, que suele ser acompañado por bosanova para estimular la digestión. Mutis que presagia una tormenta. De lejos, sin previo aviso y a un volumen muy bajo que pasó desapercibido por un buen rato inició la canción Rompe la piñata. La canción se empezó a notar con el primer charolazo que rompió 27 copas llevas de champagne acompañado del "vivan los novios" iniciado por los padrinos. Este tipo de accidentes suele ser atribuido a meseros enamorados. Pero cuando las esquirlas del primer centro de mesa cayeron sobre el sombrero de la abuela del novio, fue cuando empezamos a notar zafarrancho. La canción fuera de tempo intoxicó a todos. Folklore transformado en killing spree. La olla frágil se volvía un tesoro que debía ser encontrado así fuese socavando el mismo salón hasta sus cimientos.

Ancianos usaban sus bastones para desgajar los candelabros que pendían sobre la mesa de dulces. Un zapatazo tumbó la réplica de la vasija de la dinastía Ming ubicada en el corredor del baño.
¡Que la rompa Felipe! Y Felipe el primo zapateó la estatua de hielo que acompañaba la mesa de quesos. Don Miguel se sacó el cinturón y con la hebilla fue arrancando cada pico de botella de vino que asomaba en el bar. El barman abría los cojines de los sofás con el picahielo.
¡Que la rompa Isaito! Isaías, vecino y amigo de toda la vida de la novia fue el primero en lanzar una silla contra el bar y despedazar el espejo junto a decenas de botellas de licor. Fue el primer beso de Olivia cuando tenían 8 y 11 años respectivamente.
¡Que la rompa Julito! Y cuatro Julios lanzaron con todas sus fuerzas la mesa móvil de los postres contra el espejo de pared completo que desapareció junto a sus reflejos hecho añicos contra el suelo.
¡Que la rompa Jaimito! El novio estrelló su frente contra la estatua de mármol que decoraba junto a la cascada la entrada al salón. Cayó desmayado con un chorro de sangre que manchó el frack, perdiendo la garantía al mismo tiempo de la lividez de su frente. La cicatriz lo acompañaría hasta que las arrugas de su cara lograran hacerla desaparecer en su vejez.

Una frenética y caótica escena. Batrachomyomachia. Pintura negra de Goya.  Dos familias unidas por la destrucción. Mayhem colectivo. Lazos de sangre solidificados por perniciosa brutalidad. Ansiedad sin contratiempos. La necesidad de romperlo todo, un deseo incomprensible por encontrar dulces se apoderó de la turba enardecida. Abuelas haciendo añicos la cristalería. Niños dormidos en dos sillas mientras sus madres arrancaban las cortinas y sus hijos adolescentes acercaban las velas para en una hoguera desaparecer todo aquello que no escondiera los dulces. ¿Dónde estaba la piñata de la que tanto habla la canción? Una rebelión de 15 minutos digna de otra historia de Süskind. El perfume en un hotelucho. Pasión de multitudes. Una canción popular en el momento y lugar equivocados podría acabar con toda la ciudad.

martes, 12 de junio de 2018

Rise and fall of an empire in ten days or less, una historia de @Ed_M_Undo

Leía una y otra vez la carta de suicidio de su amiga: “Yo te amo no porque quisiera que fueras mi hermana. Yo te amo porque quisiera que fueras mi madre”.

Lina respiraba en una habitación llena de vacío. No había tocado nada desde hace una semana aunque venía cada noche. No despertaba ninguna emoción en ella que su amiga hubiese desaparecido. Eran almas congruentes, más cercanas que las almas gemelas. Desde la primera mirada el primer día de clases supieron que eran de la misma especie. La misma soledad. La misma paciencia. El mismo color de sombra.

Por eso siempre la vió como una hermana que hubiese muerto en el vientre de su madre, demasiado pronto para considerarse embrión. Ectoplasma de la siguiente menstruación. Lina había recorrido con sus dedos miles de kilómetros del cabello de su amiga. Cada huída de su casa como pretexto para enrroscarse en sus muslos y respirar cerca de sus rodillas. Su amiga nació para sufrir. Nunca supo como amar. La amó el chico que conoció en décimo grado y a Lina le tocó sobarle su cabeza luego del primer aborto. La amó su madre en su alcoholismo en el que siempre contaba la misma historia. Con las mismas pausas. Las mismas sonrisas. Las mismas pérdidas de memoria. Los mismos desmayos. Las mismas arcadas. El mismo llanto. La misma vergüenza. 

Su amiga amaba como la gravedad ama a la Tierra. Lina era testigo de la subida y caída de cada amor. Rise and fall of an empire in ten days or less. Todo empezaba de una manera explosiva. Su forma de amar no conocía dimensiones humanas. Era de la talla de semidioses. Su amor destruía la consistencia de los días. La sinapsis de la realidad. One week addiction. No se hablaba de nada más. La misma ansiedad. La misma impaciencia. La misma calamidad una y otra vez. El planeta dejaba de girar. No habían horarios. Faltaban a clases. Inventaba fórmulas para romper con la rutina. Luego la nueva rutina rompía su corazón. Habían laberintos que no existían un suspiro atrás. Lina vivía con el corazón en la mano. Apuntaba las mentiras de su amiga para saber como seguir mintiendo a cada momento. Cada paso era un paso en falso. Tejer una realidad momentánea hasta que ella dijera basta y Lina empezara a recoger los fragmentos de su vida. Un millón de pedazos de su corazón. Cristina y los Subterráneos al cubo. Al final todo pasaba tan rápido que parecía una película de Polanski en la que toda la sala de cine entera se había quedado dormida a la mitad. El final no tenía nada que hacer con el comienzo. 

Su amiga era arrebatada de su enamoramiento por un Deus ex makina tras otro. Semidioses que aplastaban reset. Force quit. Que desconectaban su mundo para que todo se reiniciara de acuerdo al plan maestro. Mismos recuentos. Mismos arrepentimientos. Mismos calmantes. Mismos silencios. A Lina no se le suicidó su amiga. Su amiga suicidó la única vida que Lina había conocido. Ella que fue adoptada. Que no tenía que hablar. Que solo tenía que existir. Que no existía sin su amiga. Ahora se había quedado sola. Con una vida que nunca fue suya. Los mismos recuerdos. Los mismos secretos. Se había quedado con su plan y sus procedimientos. Años de redactar un manual para armar desastres. Tenían la misma talla de pies. El mismo alto. El mismo corte de pelo. Los mismos cayos. Lo único que no tenían igual era el alma. La suya era nueva. Made in Japan. La de su amiga edición limitada. Barroca. Edición defectuosa. Con fecha de expiración. 

Había encontrado a una amiga y ahora en su muerte había encontrado una vida que no le pertenecía, pero nadie la iba a reclamar. Lost and found. Lina se mira al espejo y se despide de esa habitación para empezar una nueva vida. Una vida en la que hasta ese momento había vivido de actor secundario. Una vida que siempre le perteneció de todas formas. La misma vida. La misma muerte. La misma suerte.

domingo, 6 de mayo de 2018

Vuelvo a ser fantasma, cuento de @Ed_M_Undo

Deja vú.

Acabo de pasar entre vagones y de nuevo se siente como si lo hubiese hecho dos veces seguidas. Justo al momento de entrar a un tunel. Oscuridad temporal. Conato de ceguera. Turquesa, verde y amarillo. Una aproximación a la claridad. Colores fríos que al mismo tiempo son cálidos. El sonido ensordecedor de las vías. El peso del paso de la locomotora que se come kilómetro a kilómetro la geografía para vomitarla al volver al lugar de partida.

Al abordar el nuevo vagón y cerrar la compuerta la misma sensación de vacio. La sensación de una premonición equivocada. Pero el día es soleado a pesar del frío del clima. Nos dirigimos de Parma a la Spezia. Vamos a pernoctar en Cinque Terre. Quizás no es mi plan predilecto pero Moma ha estado incómoda por mis perdidas. Prefiero darle el gusto. Decirle sí a todo lo que diga. Esconderme detrás de mi sonrisa.

Camino por el vagón. Veo al tipo que duerme con su abrigo esquimal. La chica que sigue en la misma foto de instagram de cuando pasé antes de mi paseo por el tren. Oscuridad efímera de un nuevo tunel. Otro temblor que se desvanece al nacer.

Llego a mi puesto y encuentro a una señora maciza junto a sus dos maletas viejas. Es raro que Moma se mueva cuando yo me vaya, sobretodo por su fijación con el orden y los puestos del tren predestinados. Me paro al final del vagón junto a la puerta a esperarla. Escucho la conversación de unos españoles acerca de la diseñadora famosa que depila a su hija de dos años. La mujer le pregunta a su pareja si eso es legal.

Un empujón me saca del trance. El oficial del tren me pide mi boleto, le digo que lo tiene mi novia, que debe estar en el baño. No se la cree. Balbucea en italiano que volvera. Io ritorno. Miro encima de nuestros asientos y no están nuestras maletas. Eso es más raro aún. Moma tiene la habilidad de planear todo el viaje en su cabeza pero incapaz de hacer una maleta. Yo empaco lo que ella necesitará en una pasarela imaginaria.

Me acerco a la señora y le digo que ahí estaba una chica sentada. No habla ni pizca de inglés ni ápice de castellano. Su italiano debe ser muy de provincia por que no entiendo ni una palabra. Pregunto al tipo que iba a mi lado por Moma y me dice que ahí siempre estuvo la señora. Eso es raro. Él llegó cuando nosotros ya habíamos abordado. El español me mira de reojo, evita contacto directo, ve mi reflejo en la ventana. Me siento de nuevo vacío. La decepción que deja la falsa expectativa. Pregunto a cuatro personas más. Nadie la ha visto. Ni siquiera a mi. Vuelvo a ser fantasma.

Sin saberlo, pienso en el cambio de vagones. Pienso que he cambiado de dimensión. Que he encontrado una nueva forma de hacerlo: quedarme entre vagones al entrar a un tunel en un tren regional de Italia. Si tan solo lo hubiese hecho en Suiza. No está mal Italia pero he desarrollado una segregación geográfica. Una alergia a todo lo que no sea primer mundo. Pienso que no tiene sentido todo lo que acabo de pensar. Moma se debió cambiar de vagón y simplemente nadie estuvo atento a su partida ni a mi llegada.

Solo por si acaso volveré a cambiar de vagón antes de entrar a un tunel, para reencontrar a mi novia, poner las maletas donde deberían estar y volver a experimentar el deja vú que me traiga de vuelta a mi primera dimensión.

Lo intento pero ha perdido efecto si lo hago concientemente. Los que crean el universo no dejan nada al azar. Se me viene a la mente el segundo disco de Weezer. Se me viene a la cabeza Tired of sex. I know i’m a sinner but i can’t say no. Debo concentrarme. Ha pasado media hora desde que Moma desapareció luego que yo desaparecí. La tranquilidad inicial de que no hay paradas por una hora llega a la mitad.

Si mi mente fuera una jaula para mis ideas. Decido recorrer el tren para encontrarla. Espero no encontrar al oficial, tengo 50% de probabilidades de que no vaya en mi misma dirección. No sabría que decirle acerca del ticket, mi novia y mi ausencia de puesto.

Primera puerta. El espacio que separa los compartimientos. En Italia no hay primera clase, solo te mienten que hay primera. Segunda clase es igual a primera. Se ve más cómoda. Un pequeño segmento de pocas sillas vacío. Se ve tan acogedor. Me topo con la puerta del conductor. No recuerdo que estuvieramos a la cabeza del tren. Pero últimamente no recuerdo nada. Regreso a mi vagón. Ahí nadie me conoce. Solo compartimos el mismo oxígeno y los mismos rumores. La mamá que juega con el niño en su tablet, comparten un lenguaje desconocido. Se comunican sin comunicarle a nadie. Eso debe ser amor. La pasajera asiática con su cara nivea y su maleta pequeña que parece pesar una tonelada.


Aprovecho que paso por un baño para desahogar. Los grafitis a mano. El agujero negro. El letrero de no drinkable water. Me miro al espejo. ¿He cambiado? Un grupo de siete niños ingleses que juntos suman 800 pecas. Son idénticos, más parecidos entre ellos que los chinos entre chinos. Otro cambio de vagón. Anhelo por un puente y un deja vú. Moma no está en ninguna parte. En medio de Europa, más perdido que millonario en el Gran Cacao. Temo que en el resto del tren no encuentre a mi novia. Pero continúo. El ugandés que podría ser una sombra bien vestida. El señor que empieza el libro de mil páginas. Cambio de compartimiento. Veo a la mujer con cara desesperada por un cigarrillo. Sus dedos medio y índice engarrotados a la espera de la siguiente parada para encender sus pulmones. Los que duermen con gafas pero podrían estar despiertos y observándome. Nadie me ve pero todos me miran. Miro† un reloj. Faltan 10 minutos para nuestro destino. No llevo reloj. Empiezo a percibir miedo. En mi. En los pasajeros que no me han visto. La pareja que pelea en silencio. El niño que duerme en los pechos de su madre. Los pechos de su madre. El holandés tatuado. La belga tatuada. La americana sin un tatuaje ni cejas. Vagones de colores pasteles. Túnel. Vagón túnel. Salimos de uno y escucho el final de un mensaje en altoparlante que dice en italiano que se me acaba mi tiempo. De nuevo túnel. La gente se empieza a levantar de sus puestos. Me cruzan maletas. Carryons. Bolsos. Mochilas. Me choco con la suiza de dos metros. Pido disculpas en español, en inglés, en francés, en italiano. La mirada de desprecio tiene un solo lenguaje. Corro. Pasamos un tren. Pasamos otro. Tropiezo. Pasamos otro tú`nel. Escucho como el tren desacelera. Entro a un vagón donde todos están de pie. Los europeos tan puntuales ya están listos antes que el tren llegue a su destino. Siento que se me acaba la vida. El tren se ha detenido. He perdido mi novia. Mis maletas. Mi todo. Detrás de una gran maleta aparece Moma. Me recibe con un dónde te has metido. Es una estupidez que te desaparezcas cuando estamos por llegar. Me da la espalda y me vuelve a abandonar. Seguimos nuestro largo viaje. Otro deja vú.

miércoles, 31 de enero de 2018

Sombra, cuento infantil de @Ed_M_Undo

En la jungla hay una sombra que duerme en altos árboles de frondosas crestas y gráciles lianas. Es una sombra juguetona que por momentos adquiere nuevas mañas. En noches oscuras es solo dos ojos amarillos. Lo adorables es la comunión que tiene con su propia sombra, de su hermana astral, su reflejo sin espejo.

Creado el puma, este, empezó a jugar con su sombra. A su creador le causó tanta gracia que decidió convertirla en un animal y la llamó pantera. La pantera vive en una constante noche sin luna. La pantera aprende a caminar antes de respirar. La pantera duerme en sueños por que prefiere estar despierta en la realidad. La pantera no se esconde, todo el universo se confabula para esconderla entre arandelas de bosque. Es tan negra que a veces las hormigas no la ven y le caminan encima en su caravana sin peso que dura mil años.

¿Quieres ver a mi pantera? Mírala en el cuarto oscuro, a veces me visita de su jungla. Le dejo la puerta entreabierta y se acomoda al pie de mi cama. Es tan rápida que si quiero encender la luz ya está en su rama en todos los bosques del mundo y en ninguno. Por eso no la busco, mi pantera siempre me encuentra.

martes, 30 de enero de 2018

Se busca guardián, cuento de @Ed_M_Undo

Érase una pez.

Nántier, el pescador del pueblo, siempre contaba ese chiste del que nadie nunca se reía. Acusaba a la ausencia de alcurnia de sus convoyantes, que su humor británico era muy poco apreciado en estos lares. Que es un claro mensaje que su destino es en otra parte menos aquí.

Era famoso por que un día regresó de su jornada con un pez espada y sin su compañero, Duval. Insistió que había capturado el enorme pez luego que escuchó el grito de su amigo apagarse en las fauces del enorme animal y que de la furia lo atravesó 10 veces con un harpón (la verdad es que nadie en el pueblo tenía harpón) y con la fuerza de 27 niños arrancó del bravo mar al espécimen que luego donó al museo de Valdivia para que sea exhibido a todos los niños estudiantes como advertencia que al mar hay que saberlo respetar.

Han pasado 30 años desde que se colgó la cabeza disecada del pez espada en el museo y aún no consiguen un solo guardián que dure más de un día. Todos huyen al pasar la medianoche insistiendo que el grito que sale de cráneo les hace helar la sangre.