Siempre le
habían dicho que los extremos eran malos, por eso cuando la calificaban de
impuntual se sentía bien confirmando que encontraba su equilibrio al llegar
minutos antes solamente cuando algo le significaba en demasía, pero si no
estaba muy a gusto no arribaba hasta que le diera la gana. Su imperfecto no era
la búsqueda armónica de su diligencia, era su falta de interés, esa forma de
expresarle al mundo su desgano y la poca importancia del tiempo desperdiciado
por el otro que la espera.
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