viernes, 3 de abril de 2015

Desde el borde, microcuento por Alfonsina Punín @alfonsinasinmar, tallerista de Palabralab


"La tercera siempre es la vencida", me repetía papá mientras me retiraba el cuchillo que yo le había ayudado a afilar días atrás. El torpe esperaba que le creyera después de los primeros dos huecos en el pecho y el barrizal de sangre sobre la mesa. “Apunta bien papá, es entre la cuarta y quinta costilla, cuéntalas”.

No, no crean que papá era un psicópata que mataría a su propio hijo; bueno al menos no sin su consentimiento, es decir el mío. Yo, por otro lado, ciertamente tenía algo desajustado en el cerebro. Tras años sin dormir repletos de bisturís, retractores y otras abominables herramientas; luego de incontables cortes y de repulsivos procedimientos para llevar órganos palpitando a mis manos; de gritos, de llantos, de ella y de su muerte… Pero no, papá era simplemente muy bueno con su hijo un poco demente.

No, tampoco soy suicida o masoquista. Todo había sido cuidadosamente planificado: 400 miligramos de lidocaína robada al hospital, para que no sintiera nada; la camilla con amarras; el desfibrilador improvisado con una batería de carro. Papá tendría que resucitarme cuando todo haya acabado. Era muy sencillo, verán, solo tenía que morirme un poquito para encontrar mi camino hacia ella. Estaba desesperado y enviciado, busqué cientos de métodos, cada vez menos ortodoxos, más experimentales. Entonces lo encontré en un estropajo de hojas, de cuando la gente todavía creía en convertir las piedras en oro y en que un clavo en la cabeza aliviaría mi locura. Y claro, papá era el único que me apoyaría.

Papá cuenta y hurga entre mis huesos, como cuando me hacía cosquillas de niño, buscando el lugar exacto para hincar con el cuchillo. No me duele nada por supuesto. Pero siento el cuchillo, afilado con precisión, atravesar pliegues de tejido, grasa y sangre hasta llegar al punto de desborde; siento mis dedos extenderse al infinito, la gravedad le gana a mis pulmones; es como pararse en un banquito y caer al vacío; caer en sus sonrisas y en sus cabellos. Me abraza.

Ya les había explicado que no era suicida. Solo tenía que llegar a ella.

“¡Julián!”, veo a papá abofetearme. Veo su cara de alivio. Todo ha salido como habíamos planificado; excepto, claro, ese par de huecos extras. 

imagen libre de derechos: fragmento del cuadro El Jardín de las Delicias de El Bosco
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