I
Morirse es una experiencia traumática.
Eso fue lo mejor que se le ocurrió decirme. Traumática. Linda forma de
introducirlo a uno en el mundo de los no vivos, de los no lugares. Y después,
que me calme. Que ya pasará. ¡Que la vida sigue! Supongo que sigue para los
demás, los que aún no se enteran de la insignificancia de nuestra existencia.
Gloria debe estar preocupada. O debió preocuparse cuando no llegué. O no me
desperté. O cuando la llamaron a avisar que no llegaba. El tipejo que me
recibió con categoría de ángel o como miembro del equipo de inducción para el
más allá, ni siquiera sabía cómo fue que me morí. Bueno, a decir verdad la
aparición era amable. Es muy gentil esperar horas hasta que alguien termine de
llorar. Aunque deben estar acostumbrados. ¿Cuánto nos podemos tardar en llorar
nuestra propia muerte?, habrá de todo. Yo sólo tardé unas horitas. Unas horitas
para alcanzar la paz. Hasta parece título ridículo de programa evangélico. Lo
que me molestaba mientras lloraba era no entender en qué momento vine a parar
aquí, como a los que asisten a los programas evangélicos, ellos también tienen
inconformidades, lo sé, porque muerto, uno adquiere una claridad meridiana,
casi divina. Lo único oscuro en las imágenes acumuladas de todas las desgracias
y aventuras sin fin sobre la tierra es la manera en cómo uno muere. Tal vez por
eso es que me levanté con este papel en la mano: Entrada sin restricciones a todas las localidades del entierro de Lucio
de la Garza.
¡Sin restricciones!
II
No sé qué sentir o qué decir. Quisiera
decir que la reacción de mi familia es satisfactoria. Plenamente satisfactoria.
Inclusive de los que partieron antes de mí. Mis seis hermanos y mis dos
hermanas. Todos presentes sobre los árboles de claudia acostados en las ramas.
Todos viendo el féretro con pena, con tristeza, sin lástima ni atisbos de
alegría. ¡Qué solos están! Cada uno en
su copa, sobre su hoja, sin poder verme ni a mí, ni entre ellos. Pero yo te
reconozco Arturo, Jaime, Jorge Luis, Pablo, Juana, Marcos, Alex y Victoria. A
la final no ganaste Victoria, a la final te moriste primera ¿no?
Todos lloran. Sin excepción. Es un día
triste. Menos para el que parte. Porque el que parte sabe que sigue aquí y
aunque ya no pueda hablar con nadie, le queda el consuelo del llanto sincero de
sus familiares y conocidos así como alimento final de su vanidad. Gloria está
deshecha. Mi Glorita. Siempre te quise más que a mi primera esposa, la Juana.
Será que tú me diste a mis maravillosos hijos. Todos buenos, todos pobres.
Siempre dijiste que la fuerza de carácter viene de la mano con la estabilidad
económica. Y ya ves que no. Ya me vine, liberado de responsabilidad sobre
ellos. Y siguen siendo honestos, altruistas, académicos, talentosos, humildes y
pobres. Pobres los cojudos. Espero que no se enemisten por lo poco que dejo.
Hace años tuvimos mucho Glorita, ojalá pudiera preguntarte si te acuerdas. Y
con el tiempo y tus consejos se los regalamos todo. Y ellos lo consumieron
todo, con el mejor ánimo tratando de salir adelante. No pudieron no más. Y
cuando tú partas Gloria, cuando tú partas, sólo quedará el multifamiliar donde todos
vivimos como prueba de lo que un día tuvimos innecesariamente. Hice lo que pude
Gloria. Se ve que me quieren, y es porque hice lo que pude.
¿Quién sería el que puso mi cinta de
tela sobre el ataúd? Seguro que fue Cesitar. Seguro que pidió permiso. Él sabía
lo que guardaba en mi mesa de noche. Mi amuleto de la suerte. La cinta con que
mi viejito amarró el primer paquete de camisas que vendió, me decía siempre. Me
la pedía como única herencia y yo se lo concedía. Debería haberse quedado con
ella. Esa cinta es muestra de mis días mejores, de mis días de juventud y
energía, cuando podía vender camisas o frutas a punta de grito.
Se me ve flaco en esa caja. Después de
40 años se me vuelve a ver flaco. Si me viera la Juana, que me dejó por
descuidar mi peso, en una de esas y se viene con el muerto. Y si viene que
traiga las llaves de mi camioneta, no quisiera que alguien la use. En ella me
monté más veces que en la misma Gloria y tuve más aventuras que todos los
desquiciados negocios de mis vástagos… En fin, no hay nada que ver aquí. El
espectáculo terminó. Gracias por llorar.
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