Soterrado dolor, gimiendo por debajo de las magulladuras,
angina viciosa, permeando mi cadáver vivo,
mecha plástica que carcome mis pasos.
Sufro más allá de estas cuatro paredes de blanco sucio,
por fuera los vidrios que han visto miles de veces
el rosado, gastado anochecer.
Cuando las cuatro paredes empiezan a contraerse,
miro desesperado los claroscuros
que mi memoria pincela,
y retorno a las regiones más lejanas de mi sendero.
Nadie me canta, no canto a nadie, no tengo a quién me cante,
y pervivo en edades polvorientas, de un brillo turbio,
mientras un lobo agresivo lame los muñones de lo que quise ser.
Pienso que tal vez debería situarme, al fin, fuera del espacio y del tiempo,
y recuerdo que, precisamente, no sé hacerlo. Sólo conozco este lugar,
la fantasía, la imaginación; quiero quedarme a penetrar en ellas.
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