PARTE#1
“Antes de entrar a la casa de la muerte, hay que mirar por el cerrojo.” - Santiago Páez
Nanna ha sobrevivido, y se recupera, bajo pronóstico reservado, en la sala de cuidados
especiales, a donde ingreso a escondidas, arreglándomelas para pasar desapercibida entre
las camillas. Una vez cerca de Nanna, espero a que las enfermeras se alejen. Cuando me
acerco al borde de su cama, paso mi mano por su cabello; todavía suave y oscuro. Tiene
el rostro sobre la almohada, de modo que no me mira, pero sé que está consciente porque
tiene los ojos abiertos y respira, aunque con dificultad. No deja de remojarse los labios,
como si sufriera de una sed que no cesa; a veces pareciera que intenta decir algo. Pienso
en hablarle, pero noto su mirada perdida y entiendo que aún no está en sí por completo.
Coloco mis dedos sobre su rostro, lo acaricio y le susurro que estoy aquí y que se pondrá
bien.
Me llevo un susto enorme cuando escucho los gritos. Un paciente está fuera de control,
grita con desesperación y comienza a alterar a los otros. Las enfermeras acuden a la
camilla del hombre e inician un protocolo. Nanna parece gemir, y un segundo después su
respiración se acelera. Tomo su mano y ella la aprieta; primero despacio
y luego con fuerza. El paciente no deja de gritar, y sus aullidos se vuelven intensos. Veo un par de doctores rodear la camilla del paciente mientras las enfermeras los asisten con prisa. Tres minutos después, el caos termina, y los doctores devuelven los instrumentos a las enfermeras que, tal como ellos, conservan la calma; no hay en ninguno el más ligero indicio de desazón.
y luego con fuerza. El paciente no deja de gritar, y sus aullidos se vuelven intensos. Veo un par de doctores rodear la camilla del paciente mientras las enfermeras los asisten con prisa. Tres minutos después, el caos termina, y los doctores devuelven los instrumentos a las enfermeras que, tal como ellos, conservan la calma; no hay en ninguno el más ligero indicio de desazón.
Uno de los médicos se recoge el guante y echa un vistazo al reloj en su muñeca:
— Sujeto No 356—dice—. Hora de muerte: 19 horas, 37 minutos. Miércoles, 17 de junio
de 2068.
Acaricio a Nanna por última vez esta noche y me pierdo una vez más entre las camillas,
cortinas, y equipos médicos que rodean a los pacientes. Salgo instantes antes de que el
cuerpo del hombre, sumido en el horrible pánico que solo el Metus conatus puede
infundir, sea lanzado a la fosa. No ha superado el experimento.
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