martes, 25 de agosto de 2015

“Sin lugar para el ruido" parte#3, cuento de horror de Jorge Vargas Chavarría @jorgevargasch

fragmento de la pintura flamenca el carro de heno del pintor El Bosco junto al título de la obra sin lugar para el ruido de jorge vargas chavarría parte 2 para el blog ficciondislexica.com

PARTE#3


Me sorprende que alguien aquí me llame por mi nombre, así que levanto la mirada y encuentro a la señora Ross, mi maestra de ciencias de la primaria.

Tienes dos minutos para terminar, Cryxtaadvierte. Tus compañeras han concluido ya y han identificado a la perfección los órganos. ¡Muévete, niña!
Descubro mi reflejo sobre uno de los instrumentos metálicos dispuestos a un costado, y me veo chiquitita.



La maestra supervisa a las demás estudiantes como quien vigila una tropa. Las que han concluido ya, juegan con los pequeños órganos de los conejitos adheridos a una tabla con clavos y piolas. La maestra las congratula por su precisión para la identificación de las vísceras y, ahora que juegan con ellas, se asegura de que no ensucien más los mesones del laboratorio de ciencias.

Anda, Cryxta, termina de una buena vezsusurra la niña junto a mí.
— No... yo no puedo...
La mocosa sujeta mi mano derecha y me obliga a agarrar el bisturí. Forcejeamos por unos instantes, pero ella es fuerte y decidida, y mis manos son insignificantes.
Anda, ¡córtala!
¡Suéltame! ¡No quiero!


La maestra aparece detrás de mí y ayuda a la niña. Juntas me someten. La incisión es profunda y violenta, mucha sangre brota del animal. Entretanto, las demás alumnas forman un círculo alrededor del mesón sobre el que lucho contra la maestra y la pequeña lunática; todas disfrutan la escena: ríen y celebran el corte bien realizado sobre la piel todavía caliente del conejo. Y entonces grito, grito agobiada porque la escena se repite, y por más que intento cerrar los ojos y esperar a que el corte por fin concluya, cada vez que miro al frente el bisturí sigue perforando al animal.
Eres débildice la niña sin soltarme, ¿que acaso tu “abismo del horror” no incluía el sufrimiento ajeno?



A sus palabras le sobrevienen las risas de ella, la maestra y las demás niñas. No vuelvo a abrir los ojos hasta que siento libre el brazo. Con los ojos cerrados y llena de lágrimas, intento tranquilizarme; ya no me resulta tan fácil fingir que estoy calmada. Respiro, respiro profundo por varios segundos hasta que mi corazón regresa a su ritmo usual. Abro los ojos despacio y lo compruebo: ya no estoy más en el laboratorio.



La luz de la habitación está apagada. Me recorro el cuerpo con las manos, y ya no me siento tan pequeña. Descubro en mi pecho mis senos: duros y redondos, como si hubiesen acabado de brotar. Además, no me sentía tan delgada desde la pubertad.

Ya duérmete, Cryxta, que mañana es miércoles y tenemos clases.

Con la lámpara sobre el velador iluminándole la cara, me lanzo sobre su cama y la envuelvo en un abrazo fuerte y prolongado tan pronto como la reconozco. Esta vez contengo el llanto porque no quiero que nadie más me crea débil. Suelto a mi hermana tras darle un beso en la frente, y regreso a mi cama.
¿Has tenido una pesadilla o qué?pregunta Ámi, a quien no veía desde su funeral. — Sí, pero aún no termina...



Ámi apaga la lámpara y vuelve a dormir sin mayores interrogantes, pero yo no consigo sentirme cómoda como para conciliar el sueño. Es claro que mi aparición en esta habitación no es precisamente para dormir.


Echo un vistazo al techo y a toda la superficie de mi cama. Espero, guardo silencio y espero. Entonces escuchó un crujidorecuerdo que mi casa tenía el piso de madera, y retrocedo, aún sentada sobre la cama.

Cryxtasusurra mi hermana, no olvides echar llave por favor.

Tras una pirueta apresurada llego hasta la puerta en cuyo cerrojo se encuentra la llave. Muevo la perilla a ambos lados con fuerza y verifico que la puerta está cerrada. Guardo la llave bajo mi almohada y me siento otra vez sobre la cama con el miedo hasta la raíz,

pero el rostro sereno. Me creo lista para lo que sea porque aunque en el fondo estoy muerta de pánico, también hay un rincón en el que subsiste mi convicción; en el que me creo capaz de superar el experimento sin importar las pruebas dispuestas.

Cryxta...


Dime, hermosa.

Ten cuidado, la puerta no aguantará muchodice.
Y me pongo helada cuando escucho de nuevo el crujido. Medito esconderme bajo la cama, pero, ¿qué caso tiene?




Las metamorfosis aquí son temporalesexplica, pero las heridas no. Si te hieren, sangrarás.
La puerta cae, y un grito se atora en mi garganta. Ámi duerme tranquila y los árboles del patio se ven calmados desde la ventana. El crujido se intensifica y anticipa una figura enorme. Muerta de miedo, retrocedo aún más hacia el espaldar de la cama. El crujido se detiene, y da paso a una respiración que siento cercana. No obstante, sigo sin ver nada frente a mí. El sonido desaparece, y me resulta inevitable recordar la primera habitación; ese agujero negro y siniestro. El silencio persiste y, en un impulso precipitado, me paro al lado de la cama sin quitarle los ojos de encima a aquel fondo oscuro que se dibuja frente a las camas de iguales dimensiones, en donde una bestia, todavía invisible, respira y nos observa. Descalza, doy un paso hacia la oscuridad y me hinco con el clavo flojo de una tabla que sobresale del piso. Y entonces escucho su rugido y resuelvo retroceder. En cuestión de segundos, la bestia lanza un zarpazo sobre la cama de Ámi apoderándose de su cuerpo por completo. Mi hermana empieza a gritar cuando se ve cercana a la bestia; observa aterrada su figura, que ahora yo también percibo: cuerpo enorme, ojos saltones y sin pupilas, cabeza pelada, pero con un cuerpo lleno de pelo largo y grisáceo; de sus manos brotan cuatro garras puntiagudas, y su boca es más bien una cavidad sin fondo llena de incontables dientes afilados. Desconcertada, me congelo por unos instantes antes de reaccionar y tirar de la tabla floja sobre el piso. Intento, con todas las fuerzas que restan en mi cuerpo ínfimo y flacucho, golpear el brazo de la bestia. Entretanto, Ámi grita sin consuelo porque la bestia muestra su lengua retorcida. Lo siguiente que sucede me despedaza: la bestia, sin preámbulo alguno, se engulle el cuerpo de mi hermanita de un solo bocado. Devastada, me dejo caer sobre el suelo y, tras el evidente descuido, la bestia me golpea con uno de sus brazos disparándome contra la pared. Ámi tenía razón: aquí no estoy exenta del dolor. Por los próximos minutos dejo de ser un cuerpo vivo, y me convierto en un esperpento que la bestia lanza por toda la habitación. Seguramente con algunos huesos rotos ya, confirmo lo que quizás advertía con desdén el tipo de la entrevista: este sitio no solo se construye con la materia incoherente con que están hechas las ilusiones. El dolor aquí es real.


imagen: pintura El carro de heno del pinto El Bosco 

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