domingo, 23 de agosto de 2015

“Sin lugar para el ruido" parte#2, cuento de horror de Jorge Vargas Chavarría @jorgevargasch

fragmento de la pintura flamenca el carro de heno del pintor El Bosco junto al título de la obra sin lugar para el ruido de jorge vargas chavarría parte 2 para el blog ficciondislexica.com

(<<ir a parte#1)

PARTE#2

El bombillo se mueve como un péndulo. Palpo la superficie de una mesa muy gastada. Me intuyo sobre una silla. Además del perímetro que ilumina el bombillo, todo lo demás es oscuridad. Ciertamente, la habitación más oscura en la que he estadohasta ahora. El silencio no es absoluto únicamente porque el movimiento del bombillo produce un leve chirrido. Entonces la luz descubre su cara; el tipo me observa con el ceño fruncido. Dígame, señorita, ¿qué le hace estar interesada en este empleo?

Lo he perdido todo, señorrespondo; y conozco de cerca el abismo del horror. Poco queda que pueda asustarme realmente, por eso me creo apta.

Es usted bastante osada... ¿De verdad cree que conoce el horror?

El bombillo se detiene. Acto seguido, apoyo mis brazos sobre la mesa y me acerco al hombre.

Ni los monstruos más aterradores, ni las figuras tradicionales del miedo tienen mayor efecto en míexplico convencida. En este punto, lo peor que puede pasarme es morir; que me pase un auto por encima, que me destroce el zarpazo de una de sus bestias, o que fallen en mí las vacunas contra el cáncer. De cualquier modo, uno se tiene que morir.

— Interesante posición...

Ahora bien: este empleo se trata de sobrevivir, ¿o me equivoco?

Es parte de los requisitos, 378. De hacerlo, de demostrar que en serio es capaz de lidiar
con la vertiginosa sensación del horror, tendría el empleodice, pero eso es algo que no solo lo garantiza la supervivencia.



Examino mi alrededor con prudencia, y solo encuentro lo mismo: un vacío impenetrable sin lugar para el ruido. Mientras callemos, y el bombillo no se mueva, no se oirá nada, ni nuestra respiración, ni el pitido típico del silencio.

Tengo una pregunta más, 378añade el encargado de mi entrevista laboral.

Sí, adelante.

¿Ha matado a alguien alguna vez?

Sostengo mis pupilas sobre las suyas, cubiertas por los gruesos anteojos. Intento deducir cuál es la respuesta que busca, pero conserva el rostro serio, de modo que no consigo inferir aquello que quiere escuchar. El hombre empieza a tomar nota sobre las fichas que tiene consigo, y decido escoger la verdad como opción de respuesta:

No, no lo he hecho.

Bueno, supongo que el abismo que conoce carece de ese cargo de conciencia enorme que sobreviene al asesinato.

Me queda claro que esta gente no juega en lo absolutoy no es que haya pensado que lo hicieran, es solo que, por un segundo, me creí capaz de poder envolverlos con mi lenguaje; insuficiente, supongo. Entonces el rostro del hombre abandona la seriedad y sonríe; dibuja sobre sus labios una sonrisa sombría, tal como este sitio.

Tal vez hubiese sido mejor que se tomara más tiempo para meditar sobre la intención detrás de mi preguntamusita. Responder que sí le hubiese restado menos puntos, 378. Lejos de la osadía con que inicié el diálogo, empieza a recorrerme un escalofrío intenso. Cruzo los dedos entre sí para evitar que se note que mis manos tiemblan en contra de mi voluntad. Mi rostro se mantiene sobrio, pero es inútil, si es miedo lo que empiezo a sentir, él ya lo sabe, y seguramente, ya lo ha anotado sobre la puta ficha.

El hombre ordena sus hojas y se pone de pie. El bombillo se mueve de nuevo y ahora titila.

Iniciar Metus conatus.



De inmediato, el bombillo empieza a titilar más rápido y la luz va y viene cada vez con menos fuerza, hasta que se extingue del todo. Y entonces me veo sola en ese oscuro vacío. Desesperada, sin mostrarlo nunca en mi carainútil, puesto que no hay nadie para notarlo, o al menos eso me hacen creer, empiezo a correr en línea rectao eso supongo, puesto que sin un punto al cual seguir, no existe certeza realmente de si me muevo en línea recta. De pronto me parece oír algo, y eso me tranquiliza. Entonces escucho una gota estrellarse contra el piso. Elevo mis manos para intentar que la próxima aterrice sobre mi piel, pero no lo consigo. Exactamente luego de siete segundos escucho otra gota chocar contra el suelo. Siete segundos después, cae la siguiente. El goteo parece volverse continuo. Frustrada por no poder dar con el punto en que caen las menudas gotas, me llevo las manos al cuerpo y encuentro en mi bolsillo una caja. La examino y descubro, a través del tacto, que se trata de una caja de fósforos. Enciendo uno de inmediato, y con la poca luz que consigo generar, empiezo a buscar el origen del goteo. Y entonces una de ellas cae sobre mí, y descubro mi brazo izquierdo manchado de rojo. Elevo el fósforo y veo más gotas caer, esta vez sobre mi ropa; se trata de un fluido rojo y espeso. Dada la naturaleza del lugar en que me encuentro, no se me ocurre pensar en otra cosa: sangre. Intento develar la fuente de las gotas, y empiezo a temerle a aquello con lo que pueda encontrarme. Otro fósforo más. Doy brincos y levanto el brazo lo más que puedo para que la luz se extienda, pero resulta inútil, no consigo ver nada. Pienso en un cuerpo herido dispuesto sobre mi cabeza; en una herida abierta que no para de sangrar; en un ser agonizante que clama por ayuda en este espacio sin lugar para el ruido. Minutos e intentos fallidos después, se acaban los fósforos y entro en pánico porque el goteo se intensifica. Me llevo las manos a la cara y la siento sucia, llena de sangre. Intento, con mi ropa también manchada, removerla en lo posible. Inútil. Quiero que se detenga, que cese el goteo. Y entonces aparece el sonido: las gotas retumban ahora en mis tímpanos. Resuelvo tenderme en el suelo mientras suplico que se detenga. Cierro los ojos e intento calmarmeaún insegura de si alguien lo nota en realidad; me empiezan a temblar los músculos de la cara y lucho por contener el llanto. Cerca del desmoronamiento, me tranquilizo, respiro y me tranquilizo. Necesito el empleopienso.

El goteo se extingue, vuelve el silencio, pero me niego a abrir los ojos porque una parte de mí, aterrada, cree que el cuerpo agonizante ha sido develado para mi horror. Tomo un respiro muy hondo y me incorporo. Una vez abiertos mis ojos, me encuentro con un mesón recién pulido. Noto que mis manos lucen pequeñas e intento asegurarme de que realmente me pertenecen. En efecto, esos diminutos brazos brotan de mi cuerpo reducido y se conectan con mis manos. Me han achicado; me siento ligera, minúscula.
¡Cryxta!


imagen: pintura El carro de heno del pinto El Bosco 

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