jueves, 21 de mayo de 2015

Roberto Molina, cuento de Milla Loffredo @MillaLoffredo

imagen de un ataud con un hombre en terno negro parado junto, el título del cuento Roberto Molina de la escritora milla Loffredo del blog ficciondislexica.com

“Roberto Molina. Parques de la Paz, salas de velación 1-2” decía el anuncio. Todos asistieron a su entierro menos él mismo.

Seis horas antes aquella mañana, la familia Molina terminaba los preparativos para el entierro de su querido Roberto quien fue hijo, hermano y padre; y cumplía excelente cada rol. En una esquina de la capilla se encontraba Amelia, una jovencita de 17 años, que moraba por la muerte de su padre.

Las familias presentes estaban separadas en dos bloques, del lado izquierdo se encontraba la familia de la viuda del señor Molina y del lado derecho, sus hijos, hermanos y demás familiares cercanos.

Amelia no estaba en ningún bloque, le incomodaba la idea de que en un momento tan importante las personas aún se preocuparan por peleas familiares en vez de estar todos unidos por esa pérdida tan dolorosa.

Todos se acercaban a ponerse de rodillas frente al ataúd o a colocar sus manos y rezar unos minutos, incluso personas que no pertenecían a ninguna religión o escasamente habían visto o conocido a Roberto, hipócritamente iban a depositar sus falsas lágrimas sobre su ataúd. Y mencionaban en voz alta lo mucho que lo extrañarían y la falta que él le haría al mundo.

Roberto era importante para la sociedad; llevaba una vida ejemplar y aportaba sus conocimientos al resto, fue un hombre tan inteligente que hasta trabajó en la NASA, un padre cariñoso, un hermano que se preocupaba por su familia y un esposo amoroso. Amelia no lo sentía ausente, sentía como si él aún estuviese presente.

Miró su reloj y eran las 4:45, el tiempo había pasado demasiado rápido y ya en pocos minutos dejarían el ataúd bajo la tierra; quiso abrirlo para despedirse de él una última vez pero un hombre mayor y tenebroso puso su mano sobre el ataúd antes de que ella pudiese abrirlo. Amelia sospechó algo extraño en aquel hombre, y fingió salir de la sala desentendida; esperó a que el hombre se marchara pero justo cuando iba a abrirlo nuevamente su madre la llamó para que caminara junto a los demás mientras llevaban el ataúd al sitio de entierro.

Todas las personas seguían en grupo al ataúd que era llevado por trabajadores del cementerio, sollozos y lamentos se escuchaban por doquier y a lo lejos Amelia pudo divisar la silueta de un hombre parecido a su padre; no era sorpresa que ella viera con frecuencia siluetas parecidas a otros familiares muertos, la intensidad del dolor y las abundantes lágrimas nublaban su visión y a veces le parecía así.

Mientras lo bajaban con mucho cuidado, los músicos tocaban una música fúnebre, triste y teatral; los familiares, aún separados en bloques cada uno tomaba una rosa para lanzarla sobre el ataúd y Amelia observaba parada con tres rosas en la mano. Un golpe se escuchó y uno de los trabajadores que bajaba el ataúd cayó al suelo, soltando el ataúd fuertemente en el hueco; nadie quiso acercarse a ver, solamente Amelia y ahí pudo ver que todos asistieron al entierro de Roberto menos él mismo.

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