lunes, 4 de mayo de 2015

El juicio de dos payasos, cuento por Eduardo Bonilla @edu_bonilla, tallerista de Palabralab

fragmento del cuadro el jardín de las delicias del pintor El Bosco con el título del cuento el juicio de dos payasos por el autor Eduardo Bonilla Salcedo @edu_bonilla de Palabralab del blog ficcióndislexica.com

Había pasado cuatro horas de vehemente debate en medio de una improvisada audiencia bajo un solazo, cuando Rorys Dagoberto Pinzón Mestanza, alias Pollofrito, perdió su derecho de hacer reír a los demás. Durante varios meses el negocio no había ido bien, así que Pollofrito decidió mudarse no sin antes jurarle a su madrecita santa que buscaría mejor suerte en otro lugar, porque él venía de una generación entera dedicada a divertir a los niños en incontables matinés, cumpleaños, primeras comuniones, bautizos y demás eventos sociales; vocación que había heredado de su difunto padre que descanse en paz.

Ser payaso no había sido una decisión fácil. Su padre hubiese querido que se dedique a otra cosa, que se prepare, que sea médico, y cuando se enteraron de que montaba pequeños espectáculos en el colegio lo llevaron directo al psiquiatra, luego con un sacerdote y por último con un chamán; pero cuando cumplió diecisiete años decidió que no iba a temerle a rebelarse al mandato de sus padres, ni al futuro, ni a los fantasmas, ni a los insectos, ni a la sangre, ni a ninguna de las fobias habidas y por haber, porque se dio cuenta de que en la risa se encontraba la receta más efectiva contra el temor.

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Esto se está yendo de las manos, Señor Ministro —esbozó temeroso el asesor del Ministro Nacional de la Alegría y Artes del Buen Sonreír. —El Presidente de la Asociación de Payasos
exige que le conceda una audiencia y usted sabe, sólo como consejo… —hace una pausa y carraspea nervioso —es un año electoral.

El viejo político lo miró con mínima solemnidad, cejijunto por la interrupción.

—Sólo los curas aconsejan, usted sugiere —dijo el Ministro.

En sus días de gloria había sido un político muy influyente.  Su eslogan: «Pedro Moreno, saca lo malo y pone lo bueno», había servido para justificar todo tipo de obras, como también de atropellos y abusos de poder.  Sin embargo, su buen verbo, sagacidad y suspicacia le habían permitido sobrevivir en la arena política. Quienes lo conocían y hablaban personalmente con él, se divertían escuchando sus anécdotas, chanzas y extravagancias, como la típica de arrojar un beso volado a todas las féminas que se cruzaban en su camino al tiempo que silabeaba: «Mi amor».

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Las calles se encontraban atestadas de invitados, agentes del orden, curiosos, transeúntes e innumerables mercachifles; así como periodistas, cámaras de televisión y teléfonos inteligentes porque las autoridades habían decidido realizar un juicio público, simbólico y mediático, pero con carácter legal, a petición del Presidente de la Asociación de Payasos en contra del Payaso Pollofrito por competencia desleal, ya que éste no pertenecía al colectivo de payasos, ni estaba inscrito en el Ministerio de la Alegría y del Buen Sonreír.  

Moreno se había autonombrado juez del caso, y se designó al payaso Frejolito, Presidente de la Asociación de Payasos, como fiscal.  El jurado tenía que ser el pueblo, porque como decía Pedro Moreno: «La voz del pueblo es la voz de Dios», aunque en realidad, cualquier pendencia, para él, era oportunidad para exponerse y tratar de obtener votos.

Se escogió un barrio tranquilo en el sur de la ciudad: una calle cerrada, ataviada con una alambrada aérea de banderitas de colores y pancartas sostenidas en postes de luz y balcones, con leyendas a favor y en contra del acusado. Se colocaron sillas para que el público pueda ver cómodo el espectáculo y además, se contrató un DJ con la infaltable música popular que animaba a la muchedumbre.

Pollofrito llegó vestido con uno de sus mejores trajes: una chaqueta blanca adornada con retazos de tela color carmesí de diversas figuras geométricas cosidas a mano, con grandes botones circulares de color negro enfilados verticalmente sobre el pecho. Sus pantalones eran verde claro con pequeños cuadrados de todos colores; zapatos rojos talla cincuenta y ocho, y un nomeolvides azul en su mano derecha.  Por lo demás, su rostro pintado con aceites y una prominente sonrisa roja, lo hacía lucir aún más gracioso cuando defendía su derecho a divertir, sin pertenecer a ningún grupo o colectivo de payasos.
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— Vea señor juez, digo… excelentísimo señor Ministro —haciendo copiosos aspavientos con las manos, —Usted, no me puede negar mi derecho a trabajar libremente en esta comunidad porque yo tengo una familia que mantener. Sepa usted que yo soy MUY pobre señor ministro, TAN pobre, que vengo de una familia donde el ÚNICO que come gallina… es el gallo —la audiencia rompió en risas, y así fue durante un buen par de horas porque los chistes irreverentes del payaso iban y venían, hasta cuando empezaron a tocar al indignado juez y a su discreto peluquín engomado al cráneo. Moreno espetó al payaso casi sin poder contener su ira.

—Ten cuidado, payasito, porque tus bromas podrían incluso costarte la vida. 

A lo que el payaso nuevamente respondió sarcástico.

—Mire, señor juez… digo excelentisisísimo Ministro, yo no tengo miedo y no planeó morirme hasta cumplir los ochenta años, en la cama, con una mano sobre las caderas desnudas de una jovencita de dieciocho años y en la otra, un whisky de la misma edad.  —Más risas del público.

Al Ministro se le demudó el rostro con tanta osadía, así que cansado dio su veredicto y fijó una multa.

—Se le prohíbe al payaso seguir divirtiendo, y por ende, aceptar cualquier trabajo fuera de la Asociación y del Ministerio, y le aseguro que la próxima vez que incumpla tal mandato, usted «payasito atrevido», irá directamente a la cárcel.   

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Poco a poco las risas se fueron apagando al mismo tiempo que se apagó el show. La audiencia abandonó el lugar y los vendedores ambulantes agotaron sus existencias. Los periódicos se vendieron, los programas de noticias obtuvieron su rating. La sociedad aceptó el veredicto del Ministro con la más absoluta desidia moral.  El Ministro se embolsicó los votos de la Asociación de Payasos, y Pollofrito por primera vez en muchos años, volvió a sentir miedo.

imagen libre de derechos: fragmento del cuadro El Jardín de las Delicias de El Bosco
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